lunes, 1 de marzo de 2021

A.R.R. III

 


Se tomó unos minutos para sentir el frescor de la mañana, paladeando los acordes del tema que le inundaba, estaba sudando, y tras el descanso una sonrisa iluminó su rostro. No entendía muy bien qué había pasado, pero lo achacó al hecho de haberse podido quedar dormido, o como en trance, y una pesadilla le había poseído. Sacó la llave, como todos los días, retiró los auriculares de sus oídos tranquilamente mientras los enrollaba alrededor del pequeño aparatito que le hacía sentirse bien, maravillosamente bien cada mañana, durante veinte minutos fuera del alcance de todos los mediocres, y se dirigió hacia la puerta de entrada para comenzar el ritual, esta vez no deseado, de una jornada más, un día menos, unas horas… donde no debía estar. La puerta se abrió pesadamente, y la moqueta bajo sus pies le indicaba que había llegado, desconectó la alarma casi de forma instintiva, marcando sin mirar los números que se sabía de memoria, y tras estos primeros pasos de lo que sería el principio de... encendió la luz, miró a su alrededor, y su alma se encogió de nuevo.

La oficina había desaparecido, no había más que un vacío negro donde sus pies flotaban sin saber cómo y cuando quiso abrir los ojos de nuevo se dio cuenta de que los tenía abiertos, muy abiertos. Una sombra oscura se acercó a él, deslizándose por la nada, con una mano estirada y una túnica negra cubriéndola entera, y al llegar hasta donde se encontraba, el rostro de la extraña mujer que subió al autobús apareció ante sus ojos, con una sonrisa maquiavélica que al poco tiempo se convirtió en carcajadas de burla.

Su corazón se paró en seco, intentando creer que de nuevo era un sueño, pero esta vez todo a su alrededor era palpable, las sensaciones acariciaban su piel para sentirlas y el rostro cada vez más cercano podía sentirse, además de oler un perfume que él recordaba muy bien, el olor de la muerte, de la desesperación, del final de todo.

Intentó suplicar, pedir por su vida, pero todo era inútil, de nuevo los gritos volvieron a sus oídos, llantos, voces ahogadas y desgarradas por el dolor, y de pronto ante sus despavoridos ojos, la imagen de la mujer comenzó a transformarse en un ser sin vida, hasta llegar a ser un rostro de muerte, un rostro sin nada más que los huesos que sustentan la calavera, y como si todo se volatilizara en el espacio, el aliento le absorbió y fue parte de este ser, convirtiéndose en un espectro que sin vida, podía sentirse.

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