Hace mucho tiempo que
las caricias son los buenos días, en un abrazo imposible que nunca quiero que
acabe, y me acaricias tan suavemente que me estremezco al compartir esas
palabras.
No voy a negar que tu
olor me embriaga, porque es así y me gusta que lo sea; no voy a negar que tu
mano en mi brazo me hace sentir especial, porque me transforma y me apasiona,
pero lo que desprendes de tu esencia cuando hablamos, buscamos el lugar o los
metros robados a las calles, ese es el coito que nunca he hecho y que considero
realizado miles de veces.
Tengo miedo. Quizás, es
verdad, es un temor que no debería inundar mi pecho porque debería saber que
podría pasar cualquier día, el instante en el que nos diríamos adiós a pesar de
los pesares, y seríamos un recuerdo en la retina del otro. Es verdad, la distancia
sin presencia mata muchas cosas, más aún que esta angustia que ahora nos asola,
y debería saber que algún día sería así, pero un adiós a quien tienes como
parte de tu vida es un recuerdo que no por poco doloroso al menos queda en
nuestra mente como el punto y aparte de todo lo que hemos sido el uno para el
otro.
No te he podido decir
adiós y no sé si podré hacerlo. Eso es lo que me fustiga, lo que constriñe mi
mente y me hace pensar demasiado. Quizás sea un paréntesis y todo vuelva a ser
lo que era, quizás sea posible de nuevo que me poseas y me hagas el amor con tu
mirada, que me sientas y creas que este loco sin remedio te puede hacer reír
muchas más veces, pero ahora la oscura sombra de la duda planea sobre mi alma,
y eso, de verdad, me produce miedo.
Quería decírtelo porque
el silencio de algunas cosas no sirve para nada, además debía hacerte partícipe
una vez más de lo que siento, y de que mis deseos hacia ti son eso, porque sé,
querida, que somos tan especiales como para no habernos acariciado y hacerlo a
diario, no habernos unido en lo físico y sentirlo millones de veces, porque ser
así, dos seres que se aman por el cariño y el respeto que se tienen, no está al
alcance de cualquiera.
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