Los ojos cerrados ya no tienen sentido, no puedo escapar a la realidad,
estoy sola, con mi cuerpo caliente por sus últimos abrazos, sus últimas
caricias, pero sola.
Mi mano recorre las sábanas, mis piernas buscan sus
muslos, pero sólo encuentro el vacío de la carne, ese hueco que nunca quise
sentir a mi lado, y que ahora me aterra encontrar.
Las primeras luces de la mañana toman el relevo del
amarillo que ilumina la calle cuando las farolas se convierten en mudos
testigos de los encuentros, o provocan miles de sombras caprichosas que abrazan
los cuerpos desnudos en la cama. El Sol vuelve para recordar que es su momento,
y que los amantes que buscan la oscuridad para no ser vistos en su traición
deben esconderse de nuevo.
Ya nada tiene sentido, he abierto los ojos al nuevo
día y he descubierto de nuevo la soledad en mis manos, mi alma, mis entrañas.
Acariciarme no me dice nada si no me preparo para la pasión que viene, si el
placer solitario no es cómplice de las manos que se esperan ansiosas, no puedo
gozar conmigo misma sabiendo que soñar con su cuerpo es una fantasía que nunca
se hará realidad.
Aún así, los restos de las últimas horas llenan mi
cuerpo, apuro la esencia que resbala por mi vientre, los últimos lamentos
entregados al vacío cuando mi garganta estalló vencida por el placer supremo
del orgasmo, cuando sentí resquebrajarse mis muslos lacerados por ese momento
intenso que me nubla la vista y me hace salir de la realidad, aferrada al
cuerpo desnudo que me posee y que poseo. Para eso sí puedo acariciarme de
nuevo, para retener las últimas gotas que apuro con ansia y dejar resbalar los
dedos hacia el lugar donde fuimos un sólo cuerpo.
De nuevo los rayos de luz me reclaman, no es tiempo
de lamentos, no son momentos para llorar sobre las sábanas vacías, he de volver
a ser yo misma y enfrentarme de nuevo a mis sombras, recorriendo las calles vacías
para encontrar mi propia imagen.
Es curioso, el frío de mi alma se enfrenta a la
cálida sensación del roce sobre mi piel de esos rayos que ahora, más intensos,
me llevan a un estado de ingravidez absoluta. Apenas puedo reaccionar mientras
mis pensamientos vagan sin control por mi mente, noto mis muslos humedecerse
con los recuerdos cercanos del placer, mis dedos buscan, a pesar de todo, algo
que les llene.
No quiero amarme, aún
no, no creo que pudiera sentir, pero debo saber el por qué de estas reacciones
que mi cuerpo me indica, sigo sintiendo mi intimidad escapar llenándome...
seré, a partir de hoy, la compañera en las sombras de esas luces amarillas.
K.S.
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