Paseando por la orilla del Sena, con las luces del atardecer cubriéndolo
todo, la figura de Notre Dame envolvía el fondo sobre el río, dejándose mecer
por la suave brisa que acariciaba nuestros rostros.
Los últimos acordes del concierto aún resonaban en nuestras cabezas, esa
despedida suave, alejándose la Música al son del “I’m on fire”, dejándose
llevar la banda y la voz, los sueños y los deseos al unísono.
Mi mano buscaba el vacío, procurando no romper el hechizo en el que te
había sumido tu más grande artista y ante el que no podía sino compartir el
gusto por lo que nos había penetrado, tiempo infinito en forma de notas que se
retorcían en mi cuerpo, ritmos que me llevaban hacia ti.
El sonido del agua rompiendo lentamente en la orilla me hizo entonar una
canción que surgió de mi garganta sin saberlo, y mientras mis pies seguían
acompasadamente el tempo que vibraba en mi cabeza, tu aliento sobre mi cuello
me hizo sentir cada una de las frases que la voz de rockero impenitente nunca
se hubiera atrevido a pronunciar.
“Soy tuyo” pensé, y me dispuse a serlo, dejando que las primeras sombras
de la noche hicieran que nuestras siluetas formaran parte del dibujo que mis
ojos percibían como el paraíso, París, el Sena, la “Dama de Piedra”, tus brazos
rodeando mi cuello, tus labios a punto de hacerme sentir...
El puente se convirtió en una improvisada habitación donde los deseos
comenzaron a florecer, quizás hubiera sentido tu cuerpo en el concierto, entre
nota y nota, quejido de una voz o el sublime llanto de una guitarra, pero ese
era tu momento, ellos tocando para ti y yo como espectador de todos.
Apoyado sobre la piedra, la sensación de tu cuerpo cerca del mío me
lleva, en el instante en el que tus labios, ardientes, cálidos, rozan mi piel
tomando como suyo el lóbulo de mi oreja y haciéndome estremecer con las luces
de una ciudad única iluminando nuestros rostros.
Tomados de la mano continuamos el paseo por la isla, dejando atrás la
“Dama de Piedra”, encaminándonos hacia el lugar donde sin decirlo deseamos
estar, susurrándonos lo que nunca podríamos decir en voz alta, intercambiando
miradas, caricias, besos, insinuando la realidad y el sueño, perdiéndonos en la
noche entre bares y restaurantes con seres anónimos que no se encuentran,
porque queremos ser sólo nosotros.
Llegamos al pequeño edificio que alberga las horas de descanso que
pasamos en esta maravillosa ciudad, y en la entrada nos detiene de nuevo
nuestro deseo, el recuerdo de los temas que nos han hecho vibrar y todos
aquellos que no han sido cantados y ahora acompañamos con el latido de nuestros
corazones. Los labios se buscan y las lenguas se pierden dentro del otro, el
aliento se entrecorta y el viaje comienza.
Llenarme de tu olor y
olvidar la frescura del aire empapa mis sentidos, y me lleva directamente a un
mundo en el que todo se reduce a centímetros cuadrados de amor, de entrega, de gloria.
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