miércoles, 31 de julio de 2019

El Sena, La Noche, Los Deseos


Paseando por la orilla del Sena, con las luces del atardecer cubriéndolo todo, la figura de Notre Dame envolvía el fondo sobre el río, dejándose mecer por la suave brisa que acariciaba nuestros rostros.

Los últimos acordes del concierto aún resonaban en nuestras cabezas, esa despedida suave, alejándose la Música al son del “I’m on fire”, dejándose llevar la banda y la voz, los sueños y los deseos al unísono.

Mi mano buscaba el vacío, procurando no romper el hechizo en el que te había sumido tu más grande artista y ante el que no podía sino compartir el gusto por lo que nos había penetrado, tiempo infinito en forma de notas que se retorcían en mi cuerpo, ritmos que me llevaban hacia ti.

El sonido del agua rompiendo lentamente en la orilla me hizo entonar una canción que surgió de mi garganta sin saberlo, y mientras mis pies seguían acompasadamente el tempo que vibraba en mi cabeza, tu aliento sobre mi cuello me hizo sentir cada una de las frases que la voz de rockero impenitente nunca se hubiera atrevido a pronunciar.

“Soy tuyo” pensé, y me dispuse a serlo, dejando que las primeras sombras de la noche hicieran que nuestras siluetas formaran parte del dibujo que mis ojos percibían como el paraíso, París, el Sena, la “Dama de Piedra”, tus brazos rodeando mi cuello, tus labios a punto de hacerme sentir...
El puente se convirtió en una improvisada habitación donde los deseos comenzaron a florecer, quizás hubiera sentido tu cuerpo en el concierto, entre nota y nota, quejido de una voz o el sublime llanto de una guitarra, pero ese era tu momento, ellos tocando para ti y yo como espectador de todos.

Apoyado sobre la piedra, la sensación de tu cuerpo cerca del mío me lleva, en el instante en el que tus labios, ardientes, cálidos, rozan mi piel tomando como suyo el lóbulo de mi oreja y haciéndome estremecer con las luces de una ciudad única iluminando nuestros rostros.

Tomados de la mano continuamos el paseo por la isla, dejando atrás la “Dama de Piedra”, encaminándonos hacia el lugar donde sin decirlo deseamos estar, susurrándonos lo que nunca podríamos decir en voz alta, intercambiando miradas, caricias, besos, insinuando la realidad y el sueño, perdiéndonos en la noche entre bares y restaurantes con seres anónimos que no se encuentran, porque queremos ser sólo nosotros.

Llegamos al pequeño edificio que alberga las horas de descanso que pasamos en esta maravillosa ciudad, y en la entrada nos detiene de nuevo nuestro deseo, el recuerdo de los temas que nos han hecho vibrar y todos aquellos que no han sido cantados y ahora acompañamos con el latido de nuestros corazones. Los labios se buscan y las lenguas se pierden dentro del otro, el aliento se entrecorta y el viaje comienza.


Llenarme de tu olor y olvidar la frescura del aire empapa mis sentidos, y me lleva directamente a un mundo en el que todo se reduce a centímetros cuadrados de amor, de entrega,  de gloria.

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