El sonido de los sueños es intangible, no están en pentagramas para poder leerlos, viven de lo que deseamos y en la mayoría de las ocasiones no podemos cumplir.
Me encanta no poder tocar la Música, sólo sentir como es ella la que me toca a mí. Ni tan siquiera el roce de unos dedos cuando la magia escapa de los vinilos, ni de unos instrumentos sabiamente tocados en una actuación en directo puede hacérmelo sentir así, porque la caricia que representa saber que me llama está por encima de cualquier sensación física.
El dolor no sabe de notas, y la tristeza nunca busca asentarse en tu alma a través de una canción, una obra, un relato al cual las notas transforman en algo que uno cree. Cuando el alma se muere, o va muriendo en vida, busca esa melodía para expresar el dolor que siente, pero para la negrura de los sentimientos no hay escrito un réquiem que les adorne, ni un epitafio que los describa.
Siento la Música como la vida que me hace saber que estoy en este universo, en el lugar que me ha tocado, o que me han ayudado a elegir. Cuando se apague el equipo de Música, cuando las notas no puedan hacerme saber que a pesar de no tocarlas están esperándome, los deseos se difuminarán como ese halo que se pierde cuando el sueño te posee.
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