No creo en la libertad impuesta en los papeles, pero a estas alturas no
voy a malgastar mi tiempo pensando lo que pueda estar bien y lo que pueda oler
a podrido; somos piezas insignificantes en el tablero de la vida, marionetas en
manos de los que deciden por qué y de qué manera, por eso, puestos a creer, no
creo absolutamente en nada que no pueda provocar el placer sensorial cuando me
siento ¡vivo!.
Mi mente me da lo único que considero lúcido, mis emociones llegan
impregnadas del sabor de una piel húmeda por la excitación, las entrañas que
aún me provocan el temblor de lo inquietantemente bello las alimento con el
maná que me proporciona la Música, esa esencia que no puedo separar, ni
quiero, de todo lo que me hace más que humano.
Las cadenas que aprisionan nuestras manos, esas que no se ven y que todos
llevamos colgadas, pesan como las ideas no deseadas que te hacen seguir por el
sendero del destino, por eso soy incrédulo en mi naturaleza, irónico en mis
actos, pretencioso en mi manera de concebir el mundo.
Sé, de antemano, que el mundo no va a cambiar, pero mi mente sí.
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