Cuando la flama arde, algo me quema por dentro.
He vuelto, de manera fortuita eso sí, a retomar el placer de entrar en un
bar para beber, que es lo que suelo hacer cuando entro en uno de estos sitios
sólo, porque dar una vuelta se me quedaba muy cansado y de pronto recordé que
mi garganta necesitaba algo líquido que echarme a la boca. Ciertamente hubiera
preferido otro tipo de líquido para llenar mi boca, mis labios y dejarlo caer
por la garganta, pero no estoy para pedir nada, y menos para que me lo den, así
es que me pareció una buena oportunidad para retomar una vieja tradición de
años y que tenía olvidada completamente.
Siempre me ha encantado, una vez me decido a abordar la barra, que es
donde me coloco cuando estoy sólo, observar y empaparme con todo lo que pasa a
mi alrededor, y en este caso, sin excepción, fue un ejercicio realmente
saludable para mi mente, mi humor negro, y ese puntillo de ironía que destilo a
veces, porque hay que reconocer que el hombre es como es, el ser humano debe
ser otra cosa, porque yo no les encuentro parecidos.
Entré en el moderno establecimiento llamado de forma, no sé, engañosa “La
caña de azúcar” y digo engañosa porque dichas cañas son paneles pintados
con el origen del dulce pegados a la base de la barra, y ante la soledad de la
misma, decidí tomar posiciones. Con un aire desenfadado y un estilo depurado
que no he perdido a pesar del paso del tiempo, tomé un taburete, moderno
también y además ergonómico, y apoyé mi trasero, el mismo que a algunos enamora
y a otras les da risa, con la idea de pasar un rato, el que ocupara saciar mi
sed, observando, observando, observando.
Ante la falta de clientes solicitando bebidas u otros deseos culinarios,
porque hay que decir que en el bar también dan raciones (es muy completito) no
sé si se incluye la “caña de azúcar” como aperitivo, la camarera se detuvo ante
mi careto para preguntarme qué deseaba. Dando por hecho que lo que yo deseaba
no iba a dármelo, solicité una jarra de cerveza para empezar a entonarme, pero he
aquí que la chica, originaria de algún país del antiguo bloque comunista no
debió entender bien.
No sé si la palabra “jarra” puede, en la lengua madre de Don
Miguel de Cervantes, tener alguna similitud con las palabras “zumo de
tomate”, pero allá que se fue la chica a prepararme uno. Como no me
cuadraba que a la cerveza, sagrada bebida de dioses y paganos se le eche limón,
me escamó la parte de los preparativos y se lo hice ver, a lo que me contestó
sorprendida que no tenían “jarras”; yo puedo comprender que el utensilio para
recibir el líquido sea el que el establecimiento imponga, pero dar como
alternativa otra consumición por no tener un recipiente determinado, me parece
alucinante, a no ser que mi pronunciación del suroeste de la península, con
mezcla del sur, centro y norte, sea complicada para una chica que habla
perfectamente el castellano, pero lo entiende de aquella manera (justo lo
contrario de lo que me pasa a mí con el italiano)
Yo prefiero la “jarra” porque ese asa tan mona que le ponen impide
que mis dedos contacten con el recipiente y así la cebada transformada en vida
no se altera en su temperatura, máxime cuando los primeros sorbos helados me
ponen de aquella manera, pero entiendo que si no hay “jarras” puede existir una
alternativa para beber cerveza, alternativa que no pasa por un “zumo de
tomate”, al menos en mi caso de cervecero impenitente.
Una vez resuelto el entuerto, la chica, de tez blanca, muy blanca,
caucásica diría yo, precioso trasero, perfectas caderas, reducidos pechos y
mirada asesina (algo tenía que tener mal, por supuesto) me sirvió una pinta de
cerveza, cuyo primer trago fue como un bálsamo para mi reseca garganta (ya que
comenzaba a sentirme como el perro de Pavlov) y tras servírmela, comenzó a
charlar con otra chica, de acento de más allá del Atlántico, tez morena, muy
morena, precioso trasero, exuberantes pechos y mirada dulce (esta lo malo lo
tendrá por dentro, por fuera no se lo aprecié) y a mirarme mientras se reían a
gusto.
Dando por hecho que se reían de mí, pasé del punto y seguí degustando la
cerveza, cuando una marabunta de gente accedió al local, padres, madres,
amigos, amantes, cornudos, cornudas, más amantes y los supuestos hijos de quien
fuera, que apabullaron la parte reservada a las mesas y sillas ocupando de pleno
todo el local en una de sus alas. Dos de los hombres del grupo, de aspecto de
mayores pero menores que yo, a los que las calvas, la vida y las mujeres no les
han tratado muy bien (aunque intuyo que serían de gimnasio, modernas técnicas
sexuales y demás) solicitaron a la camarera, la caucásica, una lista de
bebidas, que al escucharlas me hicieron ocultar la cerveza que estaba bebiendo,
pensando que la liga anti alcohol se había adueñado del bar, y no quería caer
en sus garras; el pedido de marras consistía en dos cafés, dos tés, dos zumos
de melocotón, dos chocolates calientes, un refresco de naranja y otro de limón
(para compensar) y una botella de agua. Quedé sorprendido de cómo se cuida la
gente, especialmente estos y estas, que llevaban bastante mal lo de la
apariencia y que fumaban cual carreteros llenando de humo la parte del local
donde se sentaban.
Yo iba a lo mío, pero la tranquilidad duró poco,
porque uno de los niños comenzaba a gatear por el taburete y mi pierna
izquierda pidiendo algo, el padre, legal o biológico, no lo sé porque tenían la
misma cara de gansos pero con distintas apariencias, no decía ni mú enfrascado
con otro en una conversación sobre tangas y braguitas, sobre todo la dificultad
para retirar unas u otras, y como no se ponían de acuerdo recordé a mi héroe de
la antigüedad, el gran “Herodes” y sutilmente lancé mi pierna para que la
molesta criatura dejara de joderme mientras bebía mi pinta de cerveza. Dio
resultado y el llanto del crío hizo que el padre (legal o biológico) dejara el
tanga a medio quitar y le atendiera, para ya con las bebidas servidas abandonar
afortunadamente la barra. La camarera me volvió a mirar fijamente, con esa
mirada asesina, pero no dije nada, aún me quedaba cerveza y seguí a lo mío,
volviendo la cabeza hacia mi derecha, donde un tipo de más de 60 no encontraba
la posición idónea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario