Como cada mañana, el trovador se dejaba acariciar por los rayos del sol. Su deseo era volver a llevar la Música a los corazones de quienes habían muerto por la oscura obsesión de la nada. Parecía tan difícil como andar por los caminos sabiendo que nada levantaría las almas dormidas, pero como cada amanecer, su mano aferraba la guitarra como si le fuera la vida en ello.
A través de los caminos, algunas voces llevaban las historias que salían de su garganta a los lugares más recónditos del mundo, un halo de esperanza que no moría, una frases creadas a fuego sobre las tumbas donde se lloraba a quienes amaban los sonidos.
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