viernes, 3 de octubre de 2014

Solo


Sentado en la vieja butaca de madera, viendo pasar los días cuando no quedan fuerzas para levantarse de nuevo, los recuerdos se agolpan en la memoria como un torbellino de imágenes sin control buscando establecer las prioridades en un deseo que nunca será de nuevo.

El crujido de la madera y el chirriar de los viejos engranajes perfilan un paisaje de lluvia pertinaz que cubre el horizonte, con las hojas de los árboles meciéndose en el viento mientras caen al suelo como en cámara lenta, formando poco a poco ese lecho amarillento que indica la llegada del dios invierno, tiempo de temblores, tiempo de gélidas sensaciones que hielan las entrañas, momentos en los que uno se abraza a sí mismo al no encontrar el calor del cuerpo que te salve de la miseria, de la podredumbre, de la muerte de un mundo que jamás volverá.

Hay algo extraño en los ojos, las nubes envueltas en el silbido del viento cubren el cielo, la lluvia empapa el rostro que espera, las lágrimas se confunden con los caprichos de la Madre Naturaleza, el final es el principio de todo, a fin de cuentas nada queda para echarlo de menos.

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