Circulaba despacio, con cuidado para no molestar a los otros vehículos,
calculando en su impaciencia el tiempo para el encuentro, y las suaves melodías
que salían del equipo de música la hacían levitar, se encontraba en una nube,
en ese estado en el que la sumía el personaje más impactante que emocionalmente
había conocido en su vida.
Comenzó a divisar las primeras edificaciones comentadas, y la obligación
de detenerse en un semáforo ayudó para centrarse mucho mejor; el pequeño parque
que le serviría como referencia apareció ante sus ojos, y supo que el ansiado
momento había llegado cuando pudo ver, a unos cientos de metros delante de ella
la figura apoyada sobre una moto de la realidad construida por sueños
imposibles y horas de fantasías escuchadas.
Detuvo el automóvil y apagó el motor, notando el temblor en sus manos
pero la felicidad inundándola con cada minuto que pasaba y la acercaba a él;
sabía que había acertado con su decisión, tarde pero por fin real, y ni la más
mínima duda de lo que sería su encuentro ocupaba su mente, borró todos los
ensayos de saludos realizados ante el espejo, eliminó de su cerebro las
imágenes de los instantes iniciales, y dejó que el tiempo, su aliado desde la
refrescante ducha de la mañana dictara el ritmo a seguir de los
acontecimientos. Era ella, lo sentía, con cada latido, con cada bocanada de
aire fresco respirado, y no quería percibir nada que no fuera eso.
Caminó lentamente por la acera, sintiendo el calor de los rayos del Sol
sobre su rostro, deslizándose como si algo la empujara, hasta que a escasos
metros de la figura que sonreía se detuvo, esperando. Él se incorporó y
extendió sus manos para tomar las suyas, y el primer contacto con su piel la
hizo estremecer, mientras sentía cómo los dedos acariciaban los suyos, sus
palmas…
Creí que nunca llegaría este
momento.
Yo también, pero tú lo has conseguido, siempre has creído en mí.
¿Estás segura de estar aquí?
Es de lo único que estoy segura en este momento en mi vida.
Te quiero.
Una lágrima furtiva se derramó por su mejilla, el signo de demasiados
deseos reprimidos, demasiadas cadenas que por fin saltaban por los aires, y las
dos palabras mágicas escuchadas al fin sin un auricular de por medio provocaron
la total felicidad en el alma de un ser atormentado por demasiadas pesadillas
de autodestrucción.
“La voz” que tantas veces la había sacado de la angustia ahora era real,
un ser con la sensibilidad derramada a borbotones que la abrazaba y la hacía
parte de él, susurrándole al oído hasta el cansancio las dos palabras que la
hacían estremecer de felicidad, Te
quiero, Te quiero, Te quiero, Te quiero… sin pausa, una y otra vez,
llenando su mente, su cuerpo, su espíritu, con la delicada cadencia de un
sonido que la acompañaba desde hacía mucho tiempo en su soledad.
Sin dejar de abrazarla besó su frente, los párpados, sus orejas, las
rosadas mejillas, haciéndola sentir el sonido de los labios al dejar escapar
esa muestra de cariño tan simple y a la vez tan emocional, y tuvo que sujetarse
a él aún más fuerte para no caer, porque sus piernas no soportaban la emoción
del momento, parecía que su cuerpo se descomponía al escucharle, al sentir su
piel acariciada por los labios, al percibir el aliento poseerla entrando en sus
entrañas, y volvió a dejar escapar las lágrimas, esa demostración del cuerpo
que ella sólo dejaba para el sufrimiento y que apenas recordaba para la
felicidad, y con un esfuerzo buscó el rostro del ser que le daba vida y su
fundió con él en un beso eterno.
El Sol continuaba su camino hacia el ciclo vital que provoca la vida, y
dos seres ajenos al mundo, abrazados y unidos en un solo deseo, caminaban hacia
el infinito por fin, en el primer día de una nueva vida.











