miércoles, 27 de agosto de 2025

Viaje A Alguna Parte (1º)

 



Desde el lugar donde lo prohibido comienza a tener sentido


EPÍLOGO

 Miraba por la ventana de la habitación una vez más, como cada noche que se acababa, intentando quitarme de las entrañas los olores a pestilencia, babosos y borrachos, fijándome en el siguiente autobús que salía de la estación. Ya no recordaba las veces que me había jurado partir en el siguiente, o el siguiente, o… y cada noche lo veía alejarse sin mis huesos, pero esta ocasión sería distinta. Cuando una está muerta no necesita morir para sentirlo, simplemente actúa como un autómata que no tiene conciencia de lo que hace, y esta noche, por fin, mi conciencia me ha hecho recoger la vieja maleta olvidada y llena de polvo, vacía de sueños e ilusiones. La misma que no cogió su dueño cuando se alejó de mí definitivamente, sin un beso, un adiós ni la promesa de volver a verme.

El sonido de la puerta al cerrase tras de mí hizo que me sobrecogiera, no era otra salida más buscando unas monedas a cambio de mi dignidad, era algo definitivo, y el temor por lo desconocido me invadió, pero esta vez el miedo era buscado, nadie me lo imponía a fuerza de golpes, insultos o amenazas.

Una puerta mágica que se abre sin que nadie la toque, unos pocos peldaños hacia el interior y tras el saludo educado de un hombre que me mira como uno más de los miles de rostros que ocupan su asiento indicado con el número impersonal de un lugar en ninguna parte, dejo caer mi cuerpo cansado a la espera de…

 

MAÑANA ES AYER

 La luz de la mañana ilumina el largo camino, esas líneas que dan la sensación de no tener fin y que según el capricho de la velocidad parecen ser tragadas por las ruedas del vehículo.

No he podido dormir, como de costumbre, y menos aún ahora que he decidido escapar para siempre. Mi privilegiado asiento en el primer lugar del autobús que espero sea el comienzo de mis sueños me ha permitido seguir la estela de la noche, el amanecer y ahora los primeros devaneos del Sol con la Tierra, agradeciendo su caricia en mi rostro, frío como la noche, la soledad y el alma herida que me sustenta.

No sé dónde aparcaré mis huesos, el principio para mí no existe, sólo quiero ser más allá del cuerpo dolorido por las vejaciones, los insultos y la nada, quiero nacer de nuevo, a pesar de las arrugas, las canas y esos pesados momentos que me hacen sentir que la niña murió hace demasiado tiempo, sin saber qué era la niñez, la adolescencia y una juventud donde reír sin motivo.

No, no existe un "comenzaré de nuevo", porque no deseo que todo se repita, seré un alma que ha buscado la senda alternativa a la carretera hundida por el lodo, y este asiento en la parte delantera de un vehículo que devora los kilómetros con rabia, pegada a la ventanilla a través de la cual los rayos del Astro Rey penetran a su gusto, puede ser el primer paso de miles de ellos, conmigo, mi soledad, y quien se atreva a creer en mí a pesar de las heridas.

 Cuando una toma conciencia de morir y se siente muerta como me sentía, en la más absoluta de las expresiones que significan el final de la existencia, sabía que cualquier carretera lleva al mundo entero, en la dirección en la cual los ojos miran cuando se clavan en el infinito. No me importa el destino, nunca será peor que lo que ahora dejo, por eso sólo el movimiento me sugiere algo más de lo que soy, esa sensación de no detenerme nunca, de dejar atrás la vida que hasta ahora había llevado.

 ¿La vida? quizás el optimismo se haya adueñado de mis sentimientos con esta escapada hacia el infinito, de no ser así no me hubiera atrevido a llamar por un nombre tan hermoso los años pasados.

La sinuosa vía convierte mis ojos en cámaras de un film en blanco y negro, paseos infinitos por valles sin explorar, caminos de barro y hendiduras en el suelo, intentos por conocer y sentir lo que me rodeaba, y ahora, décadas después, la tenue luz de la mañana va dando color a la oscura noche donde la vela se ha convertido en la penúltima pesadilla de recuerdos no deseados, instantes de sonidos estridentes y voces que resonaban en mi memoria como el eco que te golpea tras un grito ahogado.

Puedo tumbarme en el asiento que me acompaña, vacío como mis sueños, puedo sentir los pies escapando del abrigo de la pequeña prenda que me sirve para ocultar la piel que se estremece, quizás sea el primer espacio que siento mío, comprado por un puñado de monedas que costó sangre poder reunir, quizás porque puedo tocarlo y no ser llamada al orden por mis actos, quizás ¡por qué no! porque siento por vez primera en siglos la calma apoyada en algún lugar, y este es ese lugar.

Comienza la aventura de mi vida, o mejor aún, la vida en una aventura que espero no se me escape de entre las manos, los rostros de desconocidos paseando por las calles me hacen sentir bien, anónima entre nadie sin un nombre, una cara, un sello como el animal que se compra.

El paso del vehículo por los lugares en los cuales se detiene para cambiar su carga de hombres y mujeres sin rostro me colocan en una situación en la que nunca había estado, poder observar sin ser vista, ser yo la que sueña e inventa cualquier situación, cualquier aventura a través de esos seres que ni sé quiénes son ni jamás volverán a cruzarse ante mis ojos. Por primera vez no estoy expuesta a la mediocridad humana, no soy el pedazo de carne que se cambia, se compra o se vende al margen de sentimientos, emociones laceradas por el capricho de un ansia que nunca tiene final.

Por fin puedo mirar sin el temor a ser reprendida por ello, sonreír ante la ocurrencia de la niña que escapa de la mano materna para acariciar el pequeño animal que se cruza con ella, sentir la caricia en la mano como el anciano que se deja tomar para atravesar la calle, inventar la noticia leída por el hombre que, ajeno al mundo, busca en el periódico con su café aún humeante, el repartidor de sueños en forma de noticias en un papel, bebidas refrescantes o cajas que ocultan regalos… puedo saber que hay vida más allá de los barrotes que construyeron en mi mente, puedo por fin pensar para tomar conciencia de quién quiero ser y saber lo que nunca más seré. Puedo, de nuevo, levantarme como aquella mañana en la cual dije ¡basta! para no morir en lo físico, a pesar de haber muerto con el alma rota miles de veces, esa mañana la vieja maleta destartalada que de niña me gustaba arrastrar (¡qué ingenua! no podía apenas llevarla con el peso de mis sueños como único equipaje) para entregarla a quien se marchaba lejos, muy lejos para no volver nunca.


No hay comentarios:

Publicar un comentario