Desde el lugar donde lo prohibido comienza a tener sentido
BLANCO Y NEGRO
Nunca miré la mágica puerta que se abría y cerraba sola, me daba miedo
asomarme o averiguar por si era engullida en el interior del estómago de aquél
bicho con aspecto raro y que sonaba a lata, sin embargo la noche anterior a mi
descanso en este primer asiento de los nuevos monstruos de miles de ruedas con
ordenador de a bordo ansiaba poder subir a él, atravesar ese límite que me iba
a separar del mundo, adentrarme en la oscuridad para huir de lo oscuro, pasar
por fin la frontera que me enviaba a la libertad que buscaba, como el preso que
cruza la última puerta que lo separa de la calle.
El silencio en el vehículo es sobrecogedor, aún es demasiado temprano y
la gente que sube o baja no tiene apenas ganas de cruzar palabras con el vecino
ni tan siquiera con el acompañante de viaje, el conductor, avezado en miles de
horas de madrugada llevando de un lado a otro a estas almas errantes mantiene
aún bajo el volumen de la radio y nada disturba los pensamientos que cada uno
hace girar en su cabeza.
Los míos se suceden como un torbellino que no cesa, es un repaso por toda
mi existencia, siento que quiero recordar por última vez, quizás porque olvidar
lo que he sido, me han hecho o no deseo me obligaría a repetirlo, quizás porque
así puedo saber de una vez y para siempre el porqué de mi huida a ninguna
parte, con un billete de ida y la ilusión por recomponer un corazón que late
sin quererlo, quizás… pero dejo que ocurra, y de este modo el blanco y negro
vuelve a mi memoria, asida a la mano de mi padre, disfrutando de paseos por el
parque y mirando ingenua a los otros niños que jugaban, escuchándole historias
de sus viajes, lugares lejanos, sin final, más allá de donde la imaginación
alcanza.
Me veo entrando en el colegio, casi adolescente y loca por apurar el
mundo y ponérmelo por montera, hasta que el mundo me engulló atropellándome
como un autobús sin conductor desatado en la carretera del destino, y a partir
de aquí el blanco y negro se transforma en un oscuro laberinto de imágenes
crueles, viles y sin sentido hasta el negro de mi mente y mi cuerpo, mi alma,
mi…
El Sol calienta mi rostro, en este viaje se ha convertido en el
despertador de mis pesadillas, abro los ojos y observo el campo en pleno
estallido de colores, los pájaros vuelan y juegan con el cielo, las escasas
nubes dibujan caprichosas formas que me hacen sonreír, invento ser una
trapecista que salta sin miedo de uno a otro de los miles de cables eléctricos
que parecen desafiar las leyes físicas enganchados en postes metálicos que
jalonan los bordes de la carretera, la atraviesan, vuelven hacia el inicio y de
vez en cuando hacen de improvisado “árbol” para algún nido; algún jinete sigue
durante unos metros el recorrido del autobús y saluda a nadie, todo se
transforma y me espera.
PRÓLOGO
Atravieso un andén atestado de gente, siguen siendo rostros que no me
dicen nada, pero no me hacen sentir ira ni asco por lo que puedan hacerme,
decirme, por mirarme, son personas como yo y esa sensación me agrada; busco un
lugar en el cual poder solicitar algo sin miedo a no poderlo tener, el pequeño
taburete se mueve bajo mi culo y juego con él ajena a todo, hasta que percibo
la sonrisa paciente de un joven camarero que me solicita…
Una maleta destartalada, cuatro cosas que no son ni siquiera recuerdos,
un pequeño bolso con mi vida dentro y el olor a café me indica que ya no soy,
ahora debo ser.

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