miércoles, 27 de agosto de 2025

Viaje A Alguna Parte (2º)

 



Desde el lugar donde lo prohibido comienza a tener sentido


BLANCO Y NEGRO

 Mi primer recuerdo de la máquina que engullía a los hombres y mujeres a través de una puerta que se abría y cerraba sola, como un mágico lugar que te invitaba a entrar y en el cual te perdías para volver a aparecer en la ventanilla trasera, es el “culo” de ese autobús (la “gua gua” o “la estallesa” como decía mi padre) orondo y en forma de óvalo que se alejaba haciéndose cada vez más pequeño hasta que desaparecía en la primera curva de eso que se llamaba carretera y no era más que un camino polvoriento perdido en la nada. Aún hoy tengo esa imagen en mi mente, el polvo que hacía desaparecer de los ojos el cacharro que se movía como un tiovivo de feria sobre las piedras y mi mano agitándose hasta detenerla cansada cuando no tenía más sentido intentar hacer que ese ser maravilloso, el único que me ha querido y que partía sin billete de vuelta, volviera casi antes aún de haberse ido.

Nunca miré la mágica puerta que se abría y cerraba sola, me daba miedo asomarme o averiguar por si era engullida en el interior del estómago de aquél bicho con aspecto raro y que sonaba a lata, sin embargo la noche anterior a mi descanso en este primer asiento de los nuevos monstruos de miles de ruedas con ordenador de a bordo ansiaba poder subir a él, atravesar ese límite que me iba a separar del mundo, adentrarme en la oscuridad para huir de lo oscuro, pasar por fin la frontera que me enviaba a la libertad que buscaba, como el preso que cruza la última puerta que lo separa de la calle.

El silencio en el vehículo es sobrecogedor, aún es demasiado temprano y la gente que sube o baja no tiene apenas ganas de cruzar palabras con el vecino ni tan siquiera con el acompañante de viaje, el conductor, avezado en miles de horas de madrugada llevando de un lado a otro a estas almas errantes mantiene aún bajo el volumen de la radio y nada disturba los pensamientos que cada uno hace girar en su cabeza.

Los míos se suceden como un torbellino que no cesa, es un repaso por toda mi existencia, siento que quiero recordar por última vez, quizás porque olvidar lo que he sido, me han hecho o no deseo me obligaría a repetirlo, quizás porque así puedo saber de una vez y para siempre el porqué de mi huida a ninguna parte, con un billete de ida y la ilusión por recomponer un corazón que late sin quererlo, quizás… pero dejo que ocurra, y de este modo el blanco y negro vuelve a mi memoria, asida a la mano de mi padre, disfrutando de paseos por el parque y mirando ingenua a los otros niños que jugaban, escuchándole historias de sus viajes, lugares lejanos, sin final, más allá de donde la imaginación alcanza.

Me veo entrando en el colegio, casi adolescente y loca por apurar el mundo y ponérmelo por montera, hasta que el mundo me engulló atropellándome como un autobús sin conductor desatado en la carretera del destino, y a partir de aquí el blanco y negro se transforma en un oscuro laberinto de imágenes crueles, viles y sin sentido hasta el negro de mi mente y mi cuerpo, mi alma, mi…

El Sol calienta mi rostro, en este viaje se ha convertido en el despertador de mis pesadillas, abro los ojos y observo el campo en pleno estallido de colores, los pájaros vuelan y juegan con el cielo, las escasas nubes dibujan caprichosas formas que me hacen sonreír, invento ser una trapecista que salta sin miedo de uno a otro de los miles de cables eléctricos que parecen desafiar las leyes físicas enganchados en postes metálicos que jalonan los bordes de la carretera, la atraviesan, vuelven hacia el inicio y de vez en cuando hacen de improvisado “árbol” para algún nido; algún jinete sigue durante unos metros el recorrido del autobús y saluda a nadie, todo se transforma y me espera.

 

PRÓLOGO

 El vehículo se detiene, una voz suave y amable indica el lugar, la hora, mide el tiempo con su pulso e invita a bajar a los que, como yo, hemos elegido el final del trayecto. La mágica puerta vuelve a abrirse sola, indicando el camino buscado, esta vez sí, por mis propios sueños, calzo mis pies en un gesto simbólico pensando en la primera mañana tras demasiadas que no debo hacerlo para desaparecer de una habitación con olor a vinagre, bilis y muerte, coloco sobre mis hombros la pequeña chaqueta transformada en la manta que ha dado calor al frío de mis entrañas y busco el aire que respiro libre por fin, sin cadenas, llantos ni furia desmedida.

Atravieso un andén atestado de gente, siguen siendo rostros que no me dicen nada, pero no me hacen sentir ira ni asco por lo que puedan hacerme, decirme, por mirarme, son personas como yo y esa sensación me agrada; busco un lugar en el cual poder solicitar algo sin miedo a no poderlo tener, el pequeño taburete se mueve bajo mi culo y juego con él ajena a todo, hasta que percibo la sonrisa paciente de un joven camarero que me solicita…

Una maleta destartalada, cuatro cosas que no son ni siquiera recuerdos, un pequeño bolso con mi vida dentro y el olor a café me indica que ya no soy, ahora debo ser. 


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