La luz de la pequeña sala se apagó, quedando la casa a oscuras. No era
necesario encenderla para ver, debido a la claridad que en esa época del año
entraba por las amplias ventanas de la habitación colindante, pero la costumbre
de hacerlo cada día cuando casi dormida aún buscaba el cuarto de baño era
demasiado fuerte como para cambiarla, a pesar de querer cambiar demasiadas
cosas en su vida.
Había actuado como un día más, desde que el sonido del despertador le
indicó la hora que ya sabía por la vigilia en la que se había convertido la
noche, pero cuando su mano giró la llave para cerrar la puerta, algo en su
interior le decía que en esta ocasión debía ser diferente; caminó hacia las
escaleras de salida y no pudo evitar girarse y lanzar una última mirada a lo
que dejaba tras ella, notando un nudo en la garganta por lo que…
La mañana se presentaba interesante, a pesar de los negros nubarrones que
impedían que los rayos del Sol le acariciaran la piel, esa sensación que la
ayudaba a comenzar el día de forma diferente, como el soplo de vida que la
empujaba a caminar. No sabía qué saldría de todo aquello, ni tan siquiera si
era lo correcto, pero su mente permanecía tranquila, había superado el tremendo
obstáculo de la decisión, y para bien o para mal había tomado una, por fin se
había liberado de las cadenas de las dudas, aunque eso le supusiera no tener ni
idea de si su vida cambiaría radicalmente a partir de entonces.
Muchos meses atrás ni tan siquiera se lo hubiera imaginado, ni tampoco se
le habría pasado por la cabeza avanzar en esa dirección, pero estaba
completamente absorbida por los acontecimientos, y el miedo se transformó en
interés, hasta llegar a la necesidad de escuchar, de saber, de “acariciar” en
sus sueños la voz que había conseguido lo que nada ni nadie en muchos años,
darle un poco de calma y de paz a un espíritu atormentado por las
circunstancias y por su propios deseos de frustración.
Aún viajaban infinitas dudas en su mente, siendo como era tan proclive a
angustiarse por casi todo, desde la brisa que aparecía sin previo aviso hasta
las insufribles colas del supermercado, nada quedaba exento de la posibilidad
de sus agobios sin fin, por eso al introducir la llave para arrancar el auto
tardó en girarla, como si una vez más necesitara probarse a sí misma que lo que
hacía era, no lo correcto, si no lo deseado.
El abandono de los edificios y la consiguiente salida a los espacios
abiertos de la campiña produjo en su cuerpo una sensación de liberación, como
si las barreras invisibles de los límites de la vida cotidiana saltasen por los
aires, e instintivamente aceleró para alejarse de lo que la aprisionaba y
acercarse a sus deseos, sus sueños imposibles. Como acompañando la decisión
tomada, los negros nubarrones se convirtieron en nubes y claros y la percepción
del astro rey, aunque fuera en cortos espacios de tiempo, arrancó de su rostro
la primera sonrisa del día. Decidió tomar un camino secundario, más lento pero
infinitamente más bello, alejado de las autopistas impersonales que atravesaban
sin ningún pudor la Naturaleza, y comenzó a dejarse ir mentalmente, relajada,
como hacía mucho tiempo que no sentía, disfrutando de lo que la rodeaba, de los
maravillosos cambios de paisaje, mientras atravesaba pueblos casi adormecidos
por el lento ritmo de vida que se imponían, sin prisas, sin el deber de
demostrar nada que no fuera levantarse cada mañana y vivir.
Sin importarle el tiempo, y sabiéndose dueña del suyo, se detuvo para
saborear una taza de café, disfrutando de las miradas curiosas de señoras que
sonreían al ver su esbelta figura desplazándose por la pequeña plaza apenas
pisada por extraños al lugar, y el sabor del líquido elemento entre sus labios
la transportó a años pasados, cuando se perdía en veranos de pasión a cientos
de kilómetros de su lugar de origen, donde podía ser ella sin temor a… algo que
ya apenas recordaba, una sensación que “la voz” de sus emociones había devuelto
entre tanta miseria y ganas de desaparecer.
El reloj que colgaba del edificio más alto de la pequeña plaza desgranaba
los minutos con una lentitud ajena a la realidad del tiempo medido por los
humanos, y una sonrisa cómplice se dibujó en su cara, cuando los rayos del Sol
comenzaron a superar las piedras del edificio y a acariciar dulcemente su
rostro, ya sin el obstáculo de algunas nubes que parecían haberse perdido
definitivamente, indicándole que el momento de proseguir su camino había
llegado.
De nuevo las miradas de los habitantes del lugar perfilaron cada línea de
su cuerpo, y la despedida amable del camarero fueron las únicas palabras
escuchadas en este enclave perdido de la realidad, como otros que había
atravesado en su camino hacia la libertad de su espíritu.
Incluso el vehículo parecía contagiado por la calma que cubría el
entorno, y el suave ronroneo de la puesta en marcha, casi negando la partida
volvió a poner sus sentidos en guardia, cuando de nuevo la inmensidad de la
Naturaleza parecía echársele encima a través de los kilómetros de carretera.

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