sábado, 25 de octubre de 2025

Huyendo de las Sombras (1)

 


La luz de la pequeña sala se apagó, quedando la casa a oscuras. No era necesario encenderla para ver, debido a la claridad que en esa época del año entraba por las amplias ventanas de la habitación colindante, pero la costumbre de hacerlo cada día cuando casi dormida aún buscaba el cuarto de baño era demasiado fuerte como para cambiarla, a pesar de querer cambiar demasiadas cosas en su vida.

Había actuado como un día más, desde que el sonido del despertador le indicó la hora que ya sabía por la vigilia en la que se había convertido la noche, pero cuando su mano giró la llave para cerrar la puerta, algo en su interior le decía que en esta ocasión debía ser diferente; caminó hacia las escaleras de salida y no pudo evitar girarse y lanzar una última mirada a lo que dejaba tras ella, notando un nudo en la garganta por lo que…

La mañana se presentaba interesante, a pesar de los negros nubarrones que impedían que los rayos del Sol le acariciaran la piel, esa sensación que la ayudaba a comenzar el día de forma diferente, como el soplo de vida que la empujaba a caminar. No sabía qué saldría de todo aquello, ni tan siquiera si era lo correcto, pero su mente permanecía tranquila, había superado el tremendo obstáculo de la decisión, y para bien o para mal había tomado una, por fin se había liberado de las cadenas de las dudas, aunque eso le supusiera no tener ni idea de si su vida cambiaría radicalmente a partir de entonces.

Muchos meses atrás ni tan siquiera se lo hubiera imaginado, ni tampoco se le habría pasado por la cabeza avanzar en esa dirección, pero estaba completamente absorbida por los acontecimientos, y el miedo se transformó en interés, hasta llegar a la necesidad de escuchar, de saber, de “acariciar” en sus sueños la voz que había conseguido lo que nada ni nadie en muchos años, darle un poco de calma y de paz a un espíritu atormentado por las circunstancias y por su propios deseos de frustración.

Aún viajaban infinitas dudas en su mente, siendo como era tan proclive a angustiarse por casi todo, desde la brisa que aparecía sin previo aviso hasta las insufribles colas del supermercado, nada quedaba exento de la posibilidad de sus agobios sin fin, por eso al introducir la llave para arrancar el auto tardó en girarla, como si una vez más necesitara probarse a sí misma que lo que hacía era, no lo correcto, si no lo deseado.

El abandono de los edificios y la consiguiente salida a los espacios abiertos de la campiña produjo en su cuerpo una sensación de liberación, como si las barreras invisibles de los límites de la vida cotidiana saltasen por los aires, e instintivamente aceleró para alejarse de lo que la aprisionaba y acercarse a sus deseos, sus sueños imposibles. Como acompañando la decisión tomada, los negros nubarrones se convirtieron en nubes y claros y la percepción del astro rey, aunque fuera en cortos espacios de tiempo, arrancó de su rostro la primera sonrisa del día. Decidió tomar un camino secundario, más lento pero infinitamente más bello, alejado de las autopistas impersonales que atravesaban sin ningún pudor la Naturaleza, y comenzó a dejarse ir mentalmente, relajada, como hacía mucho tiempo que no sentía, disfrutando de lo que la rodeaba, de los maravillosos cambios de paisaje, mientras atravesaba pueblos casi adormecidos por el lento ritmo de vida que se imponían, sin prisas, sin el deber de demostrar nada que no fuera levantarse cada mañana y vivir.

Sin importarle el tiempo, y sabiéndose dueña del suyo, se detuvo para saborear una taza de café, disfrutando de las miradas curiosas de señoras que sonreían al ver su esbelta figura desplazándose por la pequeña plaza apenas pisada por extraños al lugar, y el sabor del líquido elemento entre sus labios la transportó a años pasados, cuando se perdía en veranos de pasión a cientos de kilómetros de su lugar de origen, donde podía ser ella sin temor a… algo que ya apenas recordaba, una sensación que “la voz” de sus emociones había devuelto entre tanta miseria y ganas de desaparecer.

El reloj que colgaba del edificio más alto de la pequeña plaza desgranaba los minutos con una lentitud ajena a la realidad del tiempo medido por los humanos, y una sonrisa cómplice se dibujó en su cara, cuando los rayos del Sol comenzaron a superar las piedras del edificio y a acariciar dulcemente su rostro, ya sin el obstáculo de algunas nubes que parecían haberse perdido definitivamente, indicándole que el momento de proseguir su camino había llegado.

De nuevo las miradas de los habitantes del lugar perfilaron cada línea de su cuerpo, y la despedida amable del camarero fueron las únicas palabras escuchadas en este enclave perdido de la realidad, como otros que había atravesado en su camino hacia la libertad de su espíritu.

Incluso el vehículo parecía contagiado por la calma que cubría el entorno, y el suave ronroneo de la puesta en marcha, casi negando la partida volvió a poner sus sentidos en guardia, cuando de nuevo la inmensidad de la Naturaleza parecía echársele encima a través de los kilómetros de carretera.

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