Pasear desde Tokyo Station hasta el barrio de Ginza es toda una aventura visual. Se puede cambiar de paisaje urbano miles de veces, y la verdad es que los primeros momentos aún con las miles de vías de trenes alrededor o sobre tus cabezas tiene su aquél.
Íbamos a pasar la tarde y dejar que el sol diera paso a las luces en uno de los barrios más significativos de Tokyo. Ginza es la antesala de la élite, el lujo y la vida a todo tren en una ciudad como ésta, y con eso ya uno se puede imaginar lo que viene. Hay muchos japoneses que se acercan al barrio para visitar las tiendas de las marcas más significativas del mundo, que por supuesto incluyen las japonesas, por lo que siempre hay un ambiente brutal. En este caso, siendo domingo, una de las arterias principales del barrio (y ya les vale con lo que se mueve por aquí de vehículos y gente) se cerraba al tráfico y la sensación de ir por un lugar que ni en sueños puedes imaginarte con esa libertad era algo para disfrutar.
Ni que decir tiene que el barrio se encontraba atestado de gente, los principales edificios abiertos a la espera de los miles de consumidores que no dejan de comprar, y al llegar nos vimos envueltos en esa masa que parece engullirte pero que de forma milagrosa nunca te molesta.
Nos acercamos al edificio Sony, que había reservado varias plantas para enseñar las últimas novedades tecnológicas aún sin salir al mercado, y nos vimos en pantallas gigantes, a todo color y con un realismo que me hizo asustarme de mi propio careto (no es de extrañar por otra parte, dado el careto que llevo) lo último en utensilios para estar comunicado mientras haces deporte... el futuro en forma de presente.
Durante el paseo disfrutamos de la caída de la tarde y los preciosos efectos de las luces del sol entre los edificios, cambiando según los cruces y las calles, acrecentando estos efectos los edificios de cristal (muchos en esta zona) que reflejaban como espejos las variaciones de segundos de la luz. Especialmente en el cruce entre las calles Chuo y Harumi Dori la noche y el día parecían mezclarse como si vieras una pantalla partida por la mitad ¡¡precioso!!
Tras algunas visitas a edificios emblemáticos de marcas japonesas de ropas y complementos, que a mi Amor la vuelven loca, nos acercamos al Teatro Kabuki-Za, un precioso edificio del siglo XIX que sigue activo. Las representaciones del teatro clásico japonés gozan de gran fama en este lugar, pero este año no tocaba que fuésemos a alguna representación, en la próxima. El paseo terminó por los alrededores del mercado Tsukiji para volver sobre nuestros pasos, hacer las obligadas fotos al reloj del Ginza Wako, un edificio muy occidental, y buscar "refugio" en una cervecería de la zona para reponer fuerzas.
De nuevo el día acababa con buena Música, porque la selección de temas en la Kirin fue tremendo, y la verdad, me resultaba encantador (como en algunos lugares de por aquí, todo sea dicho) que los clásicos del Rock los lleváramos tan bien todos los que estábamos allí, porque la variedad de edades y peculiaridades era enorme.
Dejamos correr el tiempo tranquilos, al menos yo me sentía un poco el amo del mundo, de ese mundo que hemos creado con nuestros sueños, y con mi Amor y la Música de fondo sonando como los ángeles, las cervezas me supieron a gloria.
Otro día completo y a tope en una ciudad fascinante, que nos vio cerrarlo con la llegada a Shinjuku, el sorprendente trasiego de miles y miles de almas a esas horas del domingo y la visita nocturna al piso 47 del ayuntamiento (afortunadamente cierran muy tarde el mirador de la ciudad) para que nuestras retinas descansaran con la belleza de lo infinito.
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