Domingo en Tokyo. La parte que corresponde al descanso se la toman muy en serio, y todo estalla, especialmente la gente deambulando por lugares públicos o asaltando tiendas y mercadillos.
Hay un lugar que en domingo no se puede perder en esta ciudad, Ueno y el parque que se encuentra en el barrio. Si uno quiere hacer un estudio sociológico de la sociedad japonesa tal y como son cuando no llevan uniformes (que en este país lo lleva casi todo el mundo, cuando no los que corresponden a las distintas tribus urbanas) en este lugar te puedes hacer el master y doctorado todo de una vez.
Es impresionante la diferente cantidad de personas que te puedes encontrar, y todas al amparo de un día de asueto que por estos lares se cotiza bastante. En esta ocasión cogimos la línea Yamamote y la verdad es que fue un acierto. Sin apenas gente, llegamos a la entrada del parque en un tiempo relativamente corto y muy cómodos, y una vez allí nos dedicamos a disfrutar de un día de buen tiempo.
Un coro que ensayaba para una actuación nos dio la bienvenida, con diversos temas acompañados al piano. Realmente buenos para ser aficionados, y la pianista un portento. Ya dentro del parque se mezclaban por igual Música ancestral con ritmos nada aconsejables (en lo que a mí respecta) un poco de Rock y alguna algarabía subida de tono con percusiones. Con la Música ya acompañando según te movieras, nos dimos de bruces con un mercadillo de todo tipo de cosas, entre ellas comidas y bebidas varias. Los músicos que se reparten por lugares del parque son unos frikis de mucho cuidado, tremendos para sentirles. Un buen momento para un inciso tras otro paseo y junto a miles de japoneses nos tomamos un par de cervezas sentados en el césped.
Seguimos paseando por el parque en dirección al mercado de Ameyoco, porque aunque se encuentre en algunas guías como "mercadillo", hay que tener valor para llamarlo así dadas sus dimensiones. En un cuadrado de calles que se cruzan al aire libre, otras con galerías, bajo las vías del tren, bordeando el metro y marcando alguna que otra frontera en el barrio de Ueno, este mercado se ha convertido en una atracción turística (tanto para los turistas extranjeros como para el turismo interior) y es una verdadera maravilla de caos organizado, o sea, Tokyo puro y de raíces.
Hay de todo, absolutamente de todo, lo de los precios ya es otra cosa, y en un domingo las tribus urbanas pululan por la zona dándole un colorido espectacular (aunque eso se lo dan los japoneses tal cual son)
Siempre que vamos nos tomamos nuestro tiempo en ver tiendas, especialmente las que ofrecen cosas distintas a las de occidente, atravesar las galerías, pasear y perdernos entre el gentío, disfrutar de un mundo que ellos tienen asumido siempre (y es lo más alucinante por mucho que lo veas) sin dar la sensación de disturbar por mucho que estés entre miles y miles de personas.
En esta ocasión tuvimos más tiempo para disfrutarlo, y hecho el recorrido por una de las partes que más nos atraen del "mercadillo" (porque hacerse un completo de Ameyoco es una burrada) tienda de juguetes "made in Japan" incluida, pusimos rumbo a Tokyo Station, uno de esos lugares donde, a pesar de ser lo que ya no era, la historia suele envolverte.
Todos los alrededores de la estación de Tokyo son un entramado de rascacielos comerciales y edificios de grandes empresas, lo que realmente merece la pena es la impresionante fachada de la propia estación y entrar en su vestíbulo, donde la preciosa cúpula octogonal parece dirigirte a cualquier parte del universo. La explanada sirve para que los taxis, autobuses y coches marquen el ritmo de la gente que quiere coger un tren bala, una de las cientos de líneas del metro, los trenes para otras líneas de cercanías o cualquier cosa que vaya sobre raíles, pero es cierto que la estación desprende ese aroma a historia y te hace saber que durante una época marcaba el pulso de la ciudad.
Mientras hacíamos las fotos de rigor tras la visita a los andenes y el vestíbulo, un joven estudiante de Judo estableció una conversación en inglés con mi Amor sobre las diferencias entre los modos de vida nuestros y de Japón. No fue muy extensa la cosa, pero el chico era un encanto, y tras pedirnos una foto con él, nos saludó con una enorme reverencia y se despidió (Made In Japan)
Nos organizamos para el resto de la tarde y noche hacia otro de los barrios fetiches de Tokyo, andando desde la estación a través de calles que cambiaban de aspecto cada poco tiempo y acompañados por miles de japoneses de domingo.
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