El tercer día de estancia en Tokyo se presentaba interesante, con una visita al distrito comercial de Akihabara (uno de los más importantes de la ciudad, especialmente en lo referente a electrónica y computadoras) pero para descubrir pequeños rincones que se ocultan entre rascacielos, empresas, y el habitual barullo de cualquier barrio de estas características.
Salimos desde Shinjuku con el metro en la línea Oedo, y tras varias paradas, transfer y cambio a la línea Hibiya, llegamos a la estación de Akihabara, nuestro destino. Buscábamos el río y los márgenes para descubrir esas pequeñas cosas que, aunque escritas en ciertos libros de viajes, pueden pasar desapercibidas.
Lo primero fue centrarnos un poco, el barrio es amplio y las calles y avenidas extensas. El japonés en los letreros no ayuda mucho, pero como somos de la antigua escuela, tirando de mapas la cosa se pone mejor; no me gustan los GPS, al menos por ahora, y el encanto de buscar aún a riesgo de despistarte algo en una ciudad como Tokyo nos sugiere y mucho.
Por fin, tras seguir el curso del río y un pequeño conjunto de calles con casas de una sola altura, nos dimos de bruces con el "MAACH", un centro comercial encantador, construido en el lugar de una antigua estación de tren que era el centro del barrio en épocas pasadas.
Tiendas, bares, restaurantes, todo lo necesario para que la gente que trabaja o simplemente vive en la zona tenga un lugar donde abastecerse, rodeado por el encanto de la construcción de piedra y la preciosa simbiosis entre modernidad y pasado.
Nos tomamos nuestro tiempo para visitarlo, era distinto y acogedor, recorriendo los alrededores para disfrutar de un día de ajetreo en el barrio, y tras descansar un poco con una cerveza artesanal y algo de comida, seguimos el camino esta vez sobre el cauce del río, para observar otra de las curiosidades de la zona.
Las casas colgantes de Tokyo son literalmente eso, casas que se encuentran sobre el río Kanda, entre un entramado de puentes, vías de ferrocarril, pequeños comercios y a las puertas de un par de avenidas inmensas. Desde lo alto la sensación es de flotar en la nada, porque el camino que te marcan más allá del centro comercial termina en una pendiente que sobrepasa el entramado de vías para las distintas líneas de trenes (que están situadas en tres alturas distintas y son muchas, de verdad) sobre el río y las casas flotantes que parecen caer, hasta el puente Hijiri.
En otro de esos giros de espacio que una ciudad como Tokyo ofrece, desde el puente y a escasos metros nos encontramos frente al barrio de Jimbocho, cuyo final era el comienzo de parte de Akihabara, o viceversa, según se mire.
Es otra zona con algunas tiendas de discos por visitar, pero antes de eso, entrando ya la tarde, giramos en el puente para buscar el santuario de Kanda Myojin, uno de los más conocidos y venerados en Tokyo.
La transformación del barrio nos llevaba por callejuelas estrechas, calles que subían y bajaban sin descanso, y pequeños parques alrededor de los cuales se alzaban casas de pocas alturas y de no más de medio siglo de construcción. Lo curioso es que el santuario se encuentra literalmente abrazado por bloques de viviendas, y encontrarlo tiene su aquél. Escondido entre árboles, una plaza, los pisos y algunos comercios, de pronto un espacio dirige a su entrada, y de nuevo, como si entraras en el túnel del tiempo, todo cambia.
Un lugar construido hace unos 1.300 años que se conserva como la época que lo vio nacer y que le dio su máximo esplendor (eso sí, ahora hay WIFI gratis) y que te fuerza a situarte más allá del paseo que te lleva a él.
Tras la visita de rigor, vuelta sobre nuestros pasos para volver al puente Hijiri y darme algún que otro placer sensorial en uno de nuestros barrios favoritos.
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