Si hablamos de señas de identidad, Kyoto aúna toda la tradición de siglos pasados, la grandeza de lo que fue (capital del país en un momento de la historia que además se conserva intacta al ser la única ciudad importante no bombardeada en la segunda guerra mundial) con la modernidad extrema de una urbe de un millón y medio de habitantes, viviendo una fascinante entrega con la cultura de cualquier tipo, y especialmente la Música.
Había dejado de visitar un par de tiendas de vinilo en la anterior etapa porque estábamos a conocer y viajar hacia otros destinos, pero en Kyoto la cosa era distinta. Era la tercera vez que visitábamos la ciudad, y aunque queríamos ver algún espacio muy característico que se nos resistía de viajes anteriores, sobre todo queríamos pasear y disfrutar, y con ello el atracón para ver tiendas de discos lo tenía asegurado.
Llegamos al hotel tras un trayecto de poco más de dos horas en el "Shinkansen" y una media hora más entre líneas de metro, tomamos posesión de nuestra habitación y nos lanzamos a la calle. El hotel se encuentra en una situación privilegiada, al norte de la ciudad, justo al lado del río Kamo, arteria principal de Kyoto que da vida a una ciudad como esta, y en pleno corazón del área comercial, con las galerías repletas de tiendas (entre ellas de discos) y las calles plenas de gente consumiendo.
Esa primera tarde la pasamos de tienda en tienda, me fui reservando para ocupar más horas en los siguientes días con mis amigos de negro vinilo, y mi Amor fue llenando los espacios vacíos de la maleta con todo tipo de presentes, especialmente esos pedazos de historia que a once mil kilómetros de tu casa te hacen saber que el mundo es demasiado grande y si se busca, maravilloso.
Una excepción para ir quitándome el mono, la visita a "Jet-Set" un espacio de discos más grande de lo habitual para lo que son las tiendas particulares en Japón, que aglomera todos los géneros musicales, pero con especial hincapié a la electrónica y la Música para D.J. No duró mucho el maravilloso contacto con los plásticos pero me encantó el aspecto del sitio y sobre todo la cara del encargado, abstraído tras el mostrador limpiando y catalogando discos.
Por supuesto, final de jornada en una de las cervecerías más emblemáticas, la Kirin, donde volvimos a retomar, como en años anteriores, el placer de la cerveza tirada con un protocolo increíble y buena Música entre las voces de las conversaciones de los que ya terminaban la jornada.
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