Apoyado en el sillón dejo que los sueños vuelen dentro de la próxima melodía que espero encontrarme. Los sonidos tantas veces escuchados y que son parte de mi memoria me llevan décadas atrás, viajando en el tiempo cuando desde la terraza de un vetusto edificio me sentía el dueño del mundo.
Noches en vela al amparo de mis héroes que tocaban para un chaval ávido de saber, a través de la emisora que derramaba clase e ilusiones donde no había nada más que un árido páramo de incomprensión y mediocridad.
La larga melena sobre el raído jersey que no sabía del paso del tiempo sostenía la mente de un enamorado de la Música, traspuesto y ajeno a este mundo cuando los sones nos llenaban de magia, con la barba escondiendo el cigarro que dibujaba con su humo hacia el cielo esa escalera por donde nos escapábamos para ir a la gloria.
El eterno monumento cuyas piedras podían contarnos la historia de los hombres era el silencioso testigo de las madrugadas en las cuales la vida se apuraba a sorbos, angustiados por si fuera la última, convencidos de que tras esa noche las luces del alba volverían a acogernos como héroes anónimos con ganas de entregar lo que nada ni nadie podía dar.
Crujir de la madera que sostenía los sueños, las ansias, los momentos, silencios tras el micro que nunca sabíamos si iba a dejar que las palabras rompieran el silencio de la noche, momentos para las sonrisas cuando todo llegaba a su fin, una madrugada más, unas horas robadas al sueño y una despedida a través de la noche que nunca sabías si era...
Cuando sólo se oye Música mi mente viaja sin necesidad de recuerdos, porque todo está tan vivo que el viejo monumento milenario seguirá contando historias más allá de las décadas que quedan por venir. Cuando sólo se oye Música no hay espacio para otra cosa que no sea creer en lo imposible, derramar una lágrima por lo que fue y saber que gracias a todo lo que nuestra alma retiene sigo pensando que aún es posible.
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