viernes, 28 de noviembre de 2014

Música


Estaba solo en la habitación, pensando en la nada más absoluta, ese negro espacio donde me refugio de vez en cuando para desaparecer de todo, y una sensación comenzó a invadir mi cuerpo.
Mis sentidos se pusieron en guardia y mi cuerpo comenzó a levitar como si me hubiese convertido en algo etéreo, ligero como una pluma y con la sensación de escapar de la realidad que me rodeaba.

A lo lejos, cubriéndolo todo, una nube se acercaba al ritmo de caprichosos movimientos que iban seduciéndome conforme la miraba. No podía ni quería moverme, seguía flotando sobre la nada y todo lo que mi universo representaba, y dejé que su manto me cubriese por completo.

Dentro de ella, sin nada más que mis sentidos y yo mismo, me di cuenta que todo se había convertido en una melodía compuesta por los millones de temas que a lo largo de mi vida me habían hecho sentir vivo. Una melodía que se formaba con los pedazos de un ser que había sido a través de las notas que acariciaban su piel, un ser que creía más allá de lo que era, en ese mundo infinito que la Música ofrece.

Me encontraba en el interior de mis deseos, unido como un todo con lo que había formado mi esencia, lleno de lo que me hacía respirar, sentir, seducir en la mente, estaba en el umbral de la inmortalidad que me ofrecía lo que nunca se sintió abandonado por mí, la Música y todo lo que era, lo que había sido y lo que podía desear en mis más profundos sueños.

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