Estaba solo en la
habitación, pensando en la nada más absoluta, ese negro espacio donde me
refugio de vez en cuando para desaparecer de todo, y una sensación comenzó a
invadir mi cuerpo.
Mis sentidos se
pusieron en guardia y mi cuerpo comenzó a levitar como si me hubiese convertido
en algo etéreo, ligero como una pluma y con la sensación de escapar de la
realidad que me rodeaba.
A lo lejos, cubriéndolo
todo, una nube se acercaba al ritmo de caprichosos movimientos que iban
seduciéndome conforme la miraba. No podía ni quería moverme, seguía flotando
sobre la nada y todo lo que mi universo representaba, y dejé que su manto me
cubriese por completo.
Dentro de ella, sin
nada más que mis sentidos y yo mismo, me di cuenta que todo se había convertido
en una melodía compuesta por los millones de temas que a lo largo de mi vida me
habían hecho sentir vivo. Una melodía que se formaba con los pedazos de un ser
que había sido a través de las notas que acariciaban su piel, un ser que creía
más allá de lo que era, en ese mundo infinito que la Música ofrece.
Me encontraba en el
interior de mis deseos, unido como un todo con lo que había formado mi esencia,
lleno de lo que me hacía respirar, sentir, seducir en la mente, estaba en el
umbral de la inmortalidad que me ofrecía lo que nunca se sintió abandonado por
mí, la Música y todo lo que era, lo que había sido y lo que podía desear en mis
más profundos sueños.
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