El río parecía querer formar parte del espectáculo, con la brisa que le acompañaba las noches en las que podías escuchar el silencio. Siempre había alguien aguardando antes de esos momentos a los que nos negábamos a llamar conciertos, ni combos, ni... eran nuestras almas subidas a unos tablones de madera que crujían casi hasta hacer de coros en muchos de los temas que sacábamos de nuestros corazones.
La
cerveza en la botella, la orilla del río en calma, esa brisa que acariciaba los
rostros justo cuando las mesas y el desorden se transformaban en espacio para
soñar, y al final del último trago del último de nosotros, una última mirada al
agua que corría mansamente por debajo de las piedras milenarias invitándole a
unirse a nosotros, y a fe que lo hacía.
La
pequeña ventana que se abría tras el espacio que denominaban escenario era lo
único que nos unía a todo lo que sabíamos que nos esperaba tras cada noche de
sueños imposibles, y a través de ella nos llegaba el olor del río, la sensación
de frescura que podíamos sentir a pesar de los cuerpos moviéndose, el humo que
cubría la noche, las gargantas aullando metidas de lleno en lo que se creaba,
lo que lanzábamos al infinito, y en ese infinito el reflejo de la luna sobre la
superficie clara y limpia.
Otra
mirada, otro gesto, una sonrisa y la penúltima entrada antes de acabar la
noche, o quizás no, por eso era siempre la penúltima, hasta que los enmohecidos
altavoces decían basta, o un poco más allá, cuando la patada correspondiente
permitía otro intento más, a pesar de los micrófonos mudos, el ambiente
irrespirable, la necesidad del trago que no llegaba...
Es
cierto, todo termina siendo lo que uno quiere, para nosotros aquél tugurio
desvencijado era el olimpo donde nos sentíamos dioses, no hubiéramos podido
hacerlo en ningún otro lugar, pero lo que hacíamos allí, justo en ese espacio,
a orillas del río que aparecía y desaparecía llevándonos con él en cada golpe
de tambor, cada rasgueo en las cuerdas, cada estrofa lanzada a la noche, era
algo tan distinto que nadie ha podido recrearlo nunca, porque no se puede
reinventar la magia, es imposible reeditar una obra que es por el
instante y muere cuando ese instante se ha ido.
También
el río vuelve a mí en blanco y negro, pero aún puedo sentir su olor, cuando
esperaba el comienzo de todo con la cerveza en la mano, apurando el último
trago, cuando sacaba la cabeza por el estrecho ventanuco para respirar antes
de...
Nada hacía prever que pudiéramos con ello, sin embargo hacíamos lo que nuestras emociones nos dictaban, y resultaba bastante sencillo hasta para nosotros, porque nunca supimos lo que era la presión de poder equivocarnos, y los rugidos de los pocos que seguían creyendo y terminaban volviendo al río para apurar el último trago entrada ya la madrugada significaban la misma cosa; nada puede ser, simplemente es, déjalo fluir como el agua corre lenta y tranquila a través de su cauce, perdiéndose en el horizonte al igual que la nota sostenida del último compás.
He
vuelto a ese lugar muchas veces después de aquello, justo cuando las mesas
comienzan a derrumbarse y el caos se apodera del local que hace las veces de...
cualquier cosa, y me gusta sentarme en un rincón de la vieja barra que estaba
enfrente de la madera que albergaba nuestros sueños, tomando una silla del
suelo para poder mirar a los ojos del que sirve la penúltima copa, da el
penúltimo saludo, pone la penúltima canción para echar a los que se niegan a
ser fuera de sus sueños.
Ya
no huele a la frescura de la orilla, ni se siente el agua viajando tranquila
hacia el infinito, ahora la luz permite ver los rostros, el silencio es el
dueño de las esquinas, el humo no ciega los ojos y las copas no se derraman por
la emoción del último solo de guitarra. Sigue gustándome ese rincón, porque soy
el espectador de lo que fue mi sueño, permitiéndome volver al blanco y
negro y vernos a los cinco locos sonreír frente a la nada, empapados de sudor y
pidiendo una copa con la mano, atacando un tema tras otro sin el guión escrito.
Nunca
escucho la Música que suena atronadora por el impecable equipo digital,
me zambullo en mi propia historia y sigo con la mano el ritmo de cualquier
canción que salía de nuestras almas, no necesito que me marquen el ritmo,
cuando has vivido un sueño, cuando has estado dentro de él, ya nadie puede
arrebatártelo, y yo lo viví, con cuatro iluminados y muchos creyentes que nos
hacían de coro cada noche, durante...
El
tipo de la “penúltima” me mira, como siempre, entre extrañado e indiferente,
soy una foto discordante en este lugar que aún huele a sudor, tabaco y alma, pero
en mi memoria, aunque las mesas sigan caídas, el caos perfectamente organizado,
y nunca exista la posibilidad de patear los altavoces para que puedan sonar de
nuevo.
La
puerta se abre, cuatro sombras penetran en el local, esta noche, de nuevo, será
posible...
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