Paz es el diploma que te dan en el cementerio. Antes
puedes licenciarte en lo que quieras, pero entregado a la lucha que provoca
respirar, vivir, caminar entre los que quieren llegar hasta donde estás tú.
Cuando la fría losa se pose sobre tu cabeza, nadie podrá arrebatarte lo
conseguido, aunque tú no lo disfrutes.
No puedes complacer a todos, pero puedes complacerte
a ti. Al final es lo que cuenta, cuando la escapada llega a su término, cuando
no encuentras ningún lugar adonde ir, mirarte y saber que al menos te queda lo
que llevas en tu alma, por todo equipaje.
Cuando el placer de tus sentidos
esté en lo máximo, cuando nadie entienda lo que haces, cuando sepas sólo tú por
qué respiras, sabrás que estuviste por algo, y la masa de mediocres podrá
gritar, podrá escupirte, pero no podrá llegarte.
En algún lugar del paraíso dejé mis sueños. Nunca me
acordé de recogerlos, ni tan siquiera imaginé que los necesitara. Me dejé
inundar por el mundo, y me ahogué entre negras sombras y pesadillas, por eso no
tenían cabida las ilusiones y los destellos de imaginación que mi mente creaba.
Cuando te haces hombre o mujer, y se disipa la inocencia de tus ojos, la brutal
realidad te hace suyo, y la vida adquiere un sentido que no te enseñan en los
libros, ni en las eternas horas de educación adquirida.
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