Sus ojos continuaban mirándome, con ese brillo que sólo poseen las
personas que realmente son, sin artificios, sin nada que ocultar, simplemente
dejándose llenar por todo lo que, si uno puede, te llena el alma.
Las palabras, si son dadas con sinceridad y recibidas con el deseo por
conocer, nunca se las lleva el viento, y esa noche no sobró ninguna sílaba,
ninguna sonrisa, ningún gesto, ni tan siquiera la lejanía de nuestros mundos.
Siempre quedará el instante mágico en el cual ese brillo traspasa lo que
cubre y te penetra, ese instante más allá de tópicos donde nadie es otra cosa
que quien realmente es, tan fácil como imposible tantas veces. Existen seres,
personas, gente, mujeres...
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