...así fueron desgranándose los minutos, las horas, los
días, sintiendo en cada jornada el tiempo que se escapaba entre mis dedos,
hasta que poco a poco, demasiado lentamente en algunos casos en los que mi
espíritu ya exigía estar libre, y demasiado rápido en los momentos en los que
la ansiedad por hacer cosas, miles de cosas que nunca antes se me habían
ocurrido, me hacía sentir el terror de verlo pasar, fue llegando el momento en
el que sabría a ciencia cierta quienes y por qué tenían significado en mi vida.
Ya no estoy, ya no soy, y sin embargo es ahora
cuando siento que tengo más, que poseo la inmensidad del todo, que puedo ser yo
como nunca había sido, y no lamento que llegara mi hora, y recuerdo con ironía
al frío doctor señalando con su dedo mi destino, y no me preocupan los trenes
que se van, que paran en estaciones desiertas, que te devuelven a tu pasado,
para refrescarte con la neblina de la mañana.
Sólo ahora puedo ser parte de los raíles rectos que
llevan al infinito, pertenecer a las piedras del monumental acueducto que
domina cada tren que “escapa” hacia ninguna parte, atravesar la niebla que
cubre todo lo humano y llenar de frescura a los operarios que siguen, una y
otra vez, deambulando por entre los vagones vacíos en las vías muertas.
Lo que nos llevemos, que no será mucho, nunca
superará lo que dejamos, sobre todo para aquellos que en conciencia, y por
propia voluntad, nos quisieron, y por
eso cogieron el tren.
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