sábado, 25 de octubre de 2025

Huyendo de las Sombras (3)

 


Circulaba despacio, con cuidado para no molestar a los otros vehículos, calculando en su impaciencia el tiempo para el encuentro, y las suaves melodías que salían del equipo de música la hacían levitar, se encontraba en una nube, en ese estado en el que la sumía el personaje más impactante que emocionalmente había conocido en su vida.

Comenzó a divisar las primeras edificaciones comentadas, y la obligación de detenerse en un semáforo ayudó para centrarse mucho mejor; el pequeño parque que le serviría como referencia apareció ante sus ojos, y supo que el ansiado momento había llegado cuando pudo ver, a unos cientos de metros delante de ella la figura apoyada sobre una moto de la realidad construida por sueños imposibles y horas de fantasías escuchadas.

Detuvo el automóvil y apagó el motor, notando el temblor en sus manos pero la felicidad inundándola con cada minuto que pasaba y la acercaba a él; sabía que había acertado con su decisión, tarde pero por fin real, y ni la más mínima duda de lo que sería su encuentro ocupaba su mente, borró todos los ensayos de saludos realizados ante el espejo, eliminó de su cerebro las imágenes de los instantes iniciales, y dejó que el tiempo, su aliado desde la refrescante ducha de la mañana dictara el ritmo a seguir de los acontecimientos. Era ella, lo sentía, con cada latido, con cada bocanada de aire fresco respirado, y no quería percibir nada que no fuera eso.

Caminó lentamente por la acera, sintiendo el calor de los rayos del Sol sobre su rostro, deslizándose como si algo la empujara, hasta que a escasos metros de la figura que sonreía se detuvo, esperando. Él se incorporó y extendió sus manos para tomar las suyas, y el primer contacto con su piel la hizo estremecer, mientras sentía cómo los dedos acariciaban los suyos, sus palmas…

 

Creí que nunca llegaría este momento.

Yo también, pero tú lo has conseguido, siempre has creído en mí.

¿Estás segura de estar aquí?

Es de lo único que estoy segura en este momento en mi vida.

Te quiero.

 

Una lágrima furtiva se derramó por su mejilla, el signo de demasiados deseos reprimidos, demasiadas cadenas que por fin saltaban por los aires, y las dos palabras mágicas escuchadas al fin sin un auricular de por medio provocaron la total felicidad en el alma de un ser atormentado por demasiadas pesadillas de autodestrucción.

“La voz” que tantas veces la había sacado de la angustia ahora era real, un ser con la sensibilidad derramada a borbotones que la abrazaba y la hacía parte de él, susurrándole al oído hasta el cansancio las dos palabras que la hacían estremecer de felicidad, Te quiero, Te quiero, Te quiero, Te quiero… sin pausa, una y otra vez, llenando su mente, su cuerpo, su espíritu, con la delicada cadencia de un sonido que la acompañaba desde hacía mucho tiempo en su soledad.

Sin dejar de abrazarla besó su frente, los párpados, sus orejas, las rosadas mejillas, haciéndola sentir el sonido de los labios al dejar escapar esa muestra de cariño tan simple y a la vez tan emocional, y tuvo que sujetarse a él aún más fuerte para no caer, porque sus piernas no soportaban la emoción del momento, parecía que su cuerpo se descomponía al escucharle, al sentir su piel acariciada por los labios, al percibir el aliento poseerla entrando en sus entrañas, y volvió a dejar escapar las lágrimas, esa demostración del cuerpo que ella sólo dejaba para el sufrimiento y que apenas recordaba para la felicidad, y con un esfuerzo buscó el rostro del ser que le daba vida y su fundió con él en un beso eterno.

El Sol continuaba su camino hacia el ciclo vital que provoca la vida, y dos seres ajenos al mundo, abrazados y unidos en un solo deseo, caminaban hacia el infinito por fin, en el primer día de una nueva vida.

 

Huyendo de las Sombras (2)

 


La música que llegaba a sus oídos se transformaba en “la voz” que durante tanto tiempo había intentado sacarla del pozo sin fondo en el que se había convertido su existencia, recordando cada comentario de los temas grabados y seleccionados para procurar paz a su espíritu, una paz que ahora, después de demasiado tiempo parecía por fin llegar a su alma. Los sonidos se mezclaban con los que le llegaban del exterior, la brisa se convertía en parte de las melodías que atravesaban sus entrañas, y todo el conjunto se le hacía un cuadro perfecto que ocupaba su mente, un todo de luz, colores, sonidos… miles de sensaciones que la transportaban a ese universo irreal que su amante de horas escondidas tanto la hacía soñar, lejos del alcance de lo humano, allá arriba, donde la voz transformada en imaginación desbordante cubría su mente y la transportaba.

La carretera continuaba desapareciendo bajo sus pies, y una pequeña señal en el borde le anunció que su destino se encontraba cerca, una sorpresa más por la relatividad del tiempo que manejaba sus emociones, lento y pausado para los pensamientos, acelerado para transportarla hacia su sueño, al encuentro de lo que debía ser la transición de lo deseado a lo real, una situación en la comenzó a creer cuando sintió el paisaje sin límites, el horizonte perdiéndose más allá de edificios y toneladas de hormigón, el olor de la frescura atravesando sus sentidos.

Las cuerdas de la guitarra “ataban” su cuerpo al placer cuando la interferencia de una llamada hizo que su corazón se disparase; intentó recomponerse y volver a la calma que desde hacía horas la cubría y tomó el pequeño aparato tras detener el vehículo en un pequeño espacio al borde de la carretera.


 ¿Sí?

Hola preciosa, ¿dónde te encuentras?


 De nuevo el tiempo se detuvo, “la voz”, su instrumento personal para la paz y la calma de su espíritu atravesó su cerebro y la inundó completamente, erizando su piel y provocándole un placer espiritual que ya nada ni nadie conseguía.

Con esfuerzo intentó no alargar la pausa, porque además necesitaba que la distancia en la escucha desapareciera cuanto antes, motivo por el que por fin había saltado todas las barreras y se hallaba en el centro de sus sueños.


 Según las señales que he visto hace poco a unos pocos kilómetros de la entrada a la ciudad, pero eso y nada es lo mismo, porque no conozco la mencionada entrada.

Me alegra enormemente que esta llamada no sea respondida desde tu casa, por fin has…

No hablemos de eso, ya te contaré, ahora dime qué hago y por donde voy.

No te preocupes, avanza hasta encontrar un pequeño polígono con un parquecillo y espera ahí, yo te recogeré.

Estoy deseando verte, ya no puedo aguantar más.

Pues ya somos dos, espero que todo merezca la pena, en especial por tu parte, yo sí lo sé.

Ahora yo también. Te quiero.

Te quiero, nos vemos en unos minutos, y así descansas del viaje.

No ha sido nada cansado, has venido conmigo cada kilómetro y he disfrutado de todo.

Lo dicho, hasta dentro de un rato, un beso.

¿Dónde?

En tus labios… tú misma

Otro para ti, mi amor, aunque prefiero el que voy a darte dentro de poco.

 

Los dedos temblorosos cortaron la comunicación, con “la voz” aún sonando en sus entrañas, y descansó unos segundos sobre el respaldo del asiento, recreando cada frase de la conversación, cada palabra, hasta que de nuevo el ronroneo del motor la puso en guardia para reanudar la marcha, buscando el lugar donde había quedado para escapar de la realidad, vivir un sueño por fin, y ser ella después de demasiado tiempo.

Las escasas ocasiones en las que había puesto rostro a “la voz” que la calmaba volvían ahora a su mente, definiendo cada línea de la imagen que ahora iba a disfrutar de nuevo, esperando que esas líneas se perdieran entre sus dedos, en sus labios, recorriendo cada espacio de piel, buscando el silencio para dejar que los cuerpos hablaran entre sí. Quería medir la sensación que su cerebro había creado con un recuerdo casi difuminado de su amante en la distancia, como el ciego que usa sus dedos para acercarse a la realidad que le es negada, deseaba tenerlo entre sus manos, abarcarlo con sus brazos y poder hacer algo que había recreado miles de veces y le era esquivo, sentirlo, olerlo, apreciarlo cerca de su cuerpo, notar su respiración junto a su rostro, que los latidos de su corazón se acoplaran a los suyos y juntos perderse en esa tierra de ensueño por donde él la había llevado tantas veces, el único lugar donde podía sentirse libre en cuerpo y mente, algo que antes de escucharle hacía mucho tiempo que había muerto en su interior.

Huyendo de las Sombras (1)

 


La luz de la pequeña sala se apagó, quedando la casa a oscuras. No era necesario encenderla para ver, debido a la claridad que en esa época del año entraba por las amplias ventanas de la habitación colindante, pero la costumbre de hacerlo cada día cuando casi dormida aún buscaba el cuarto de baño era demasiado fuerte como para cambiarla, a pesar de querer cambiar demasiadas cosas en su vida.

Había actuado como un día más, desde que el sonido del despertador le indicó la hora que ya sabía por la vigilia en la que se había convertido la noche, pero cuando su mano giró la llave para cerrar la puerta, algo en su interior le decía que en esta ocasión debía ser diferente; caminó hacia las escaleras de salida y no pudo evitar girarse y lanzar una última mirada a lo que dejaba tras ella, notando un nudo en la garganta por lo que…

La mañana se presentaba interesante, a pesar de los negros nubarrones que impedían que los rayos del Sol le acariciaran la piel, esa sensación que la ayudaba a comenzar el día de forma diferente, como el soplo de vida que la empujaba a caminar. No sabía qué saldría de todo aquello, ni tan siquiera si era lo correcto, pero su mente permanecía tranquila, había superado el tremendo obstáculo de la decisión, y para bien o para mal había tomado una, por fin se había liberado de las cadenas de las dudas, aunque eso le supusiera no tener ni idea de si su vida cambiaría radicalmente a partir de entonces.

Muchos meses atrás ni tan siquiera se lo hubiera imaginado, ni tampoco se le habría pasado por la cabeza avanzar en esa dirección, pero estaba completamente absorbida por los acontecimientos, y el miedo se transformó en interés, hasta llegar a la necesidad de escuchar, de saber, de “acariciar” en sus sueños la voz que había conseguido lo que nada ni nadie en muchos años, darle un poco de calma y de paz a un espíritu atormentado por las circunstancias y por su propios deseos de frustración.

Aún viajaban infinitas dudas en su mente, siendo como era tan proclive a angustiarse por casi todo, desde la brisa que aparecía sin previo aviso hasta las insufribles colas del supermercado, nada quedaba exento de la posibilidad de sus agobios sin fin, por eso al introducir la llave para arrancar el auto tardó en girarla, como si una vez más necesitara probarse a sí misma que lo que hacía era, no lo correcto, si no lo deseado.

El abandono de los edificios y la consiguiente salida a los espacios abiertos de la campiña produjo en su cuerpo una sensación de liberación, como si las barreras invisibles de los límites de la vida cotidiana saltasen por los aires, e instintivamente aceleró para alejarse de lo que la aprisionaba y acercarse a sus deseos, sus sueños imposibles. Como acompañando la decisión tomada, los negros nubarrones se convirtieron en nubes y claros y la percepción del astro rey, aunque fuera en cortos espacios de tiempo, arrancó de su rostro la primera sonrisa del día. Decidió tomar un camino secundario, más lento pero infinitamente más bello, alejado de las autopistas impersonales que atravesaban sin ningún pudor la Naturaleza, y comenzó a dejarse ir mentalmente, relajada, como hacía mucho tiempo que no sentía, disfrutando de lo que la rodeaba, de los maravillosos cambios de paisaje, mientras atravesaba pueblos casi adormecidos por el lento ritmo de vida que se imponían, sin prisas, sin el deber de demostrar nada que no fuera levantarse cada mañana y vivir.

Sin importarle el tiempo, y sabiéndose dueña del suyo, se detuvo para saborear una taza de café, disfrutando de las miradas curiosas de señoras que sonreían al ver su esbelta figura desplazándose por la pequeña plaza apenas pisada por extraños al lugar, y el sabor del líquido elemento entre sus labios la transportó a años pasados, cuando se perdía en veranos de pasión a cientos de kilómetros de su lugar de origen, donde podía ser ella sin temor a… algo que ya apenas recordaba, una sensación que “la voz” de sus emociones había devuelto entre tanta miseria y ganas de desaparecer.

El reloj que colgaba del edificio más alto de la pequeña plaza desgranaba los minutos con una lentitud ajena a la realidad del tiempo medido por los humanos, y una sonrisa cómplice se dibujó en su cara, cuando los rayos del Sol comenzaron a superar las piedras del edificio y a acariciar dulcemente su rostro, ya sin el obstáculo de algunas nubes que parecían haberse perdido definitivamente, indicándole que el momento de proseguir su camino había llegado.

De nuevo las miradas de los habitantes del lugar perfilaron cada línea de su cuerpo, y la despedida amable del camarero fueron las únicas palabras escuchadas en este enclave perdido de la realidad, como otros que había atravesado en su camino hacia la libertad de su espíritu.

Incluso el vehículo parecía contagiado por la calma que cubría el entorno, y el suave ronroneo de la puesta en marcha, casi negando la partida volvió a poner sus sentidos en guardia, cuando de nuevo la inmensidad de la Naturaleza parecía echársele encima a través de los kilómetros de carretera.