La mediocridad campa a sus anchas. No es que me sorprenda, al margen de lo que se destila desde cualquier ángulo de esta corrupta y putrefacta sociedad, es la opción más sencilla cuando los que no pueden tragar más mierda (por ser ellos también) deciden echarla sobre el que tienen al lado para descargar sus conciencias.
¡Ah la envidia! el pecado capital que gana por abrumadora goleada en el espacio donde el ser humano (es un decir pero hay que decirlo) se cree más allá de su propia miseria. A fin de cuentas, nada es lo que parece, estamos en el universo de la imagen, nada es lo que nos cuentan, nos hallamos inmersos en la vorágine de la mentira, nada es... porque ya nada importa.
Son estos los momentos en los que la Música, la que me gusta, obviamente, y que no tengo por qué compartir en cuanto a gustos, me llena de lo que aún puede extraerse como parte de lo poco que queda cuando el espíritu es libre, el alma se entrega y el infinito es el límite.
Sonidos que me hacen ser, que me siguen haciendo creer, que aún me llevan por los senderos que se empeñan en hacerme pensar que no existen. Sigamos pues, para que en la medida de lo posible (difícil lo ponen ¡¡rediéz!!) podamos saborear lo que no se llena de lo que no debe y ensalza los sentidos de quienes lo disfrutamos.
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