¿Quién ha dicho que una biografía
puede ser aburrida? Posiblemente haya “biografías- ladrillo” pero, por suerte,
también hay libros como el que acabo de terminar. Su autor dice de ella que no
es propiamente la historia de su vida sino un fragmento de su infancia, el
relato de los hechos que lo llevaron, sin saberlo, a ejercer la profesión que
lo ha hecho grande (esto último es cosa mía).
El libro recoge hechos de su vida
contados con la perspectiva inocente del niño que los ha vivido, sin entrar a analizar
el porqué. Se queda con la parte simpática de su infancia, esa que se queda
grabada en la memoria y que gusta recordar con los años.
Pero seguramente una de las cosas
que más me han gustado de este libro han sido las historias inventadas por él,
las situaciones hilarantes que propone como alternativa a hechos dramáticos
vividos por él mismo o a relatos clásicos magníficos (no perderse la sátira que
hace de La Odisea).
Cuando alguien como Darío Fo
cuenta a sus más de 70 años los primeros años de su vida, tened por seguro que
es algo digno de leer. Sencillo, como era la vida de la gente sencilla antes de
la Segunda Guerra Mundial; ameno, como puede esperarse de alguien como su
autor; lleno de ternura, como se ve la infancia desde el balcón de la experiencia;
sin discursos políticos, como lo hace una persona inteligente que sabe poner
cada cosa en su sitio.
“El país de los cuentacuentos” o
“Il paese dei Mezaràt” (título original), una lectura llena de guiños amables
hacia las personas queridas, de un grande.
De Charo, que sigue devorándolos
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