jueves, 5 de septiembre de 2024

10º

 


Cuando voy a un concierto (no voy mucho porque los anormales despliegan en ellos todo tipo de sabiduría mal entendida) siempre espero que haya una barra cerca. Y no es porque necesite ponerme hasta arriba de cerveza para estar bien escuchando, es que poder apoyarme en algún lugar y si se tercia pues beber ese néctar de los dioses me sugiere y mucho por si acaso.

Leí por casualidad en un cartel que "Los Malequines" se dejaban caer por mi ciudad para rememorar los años en los que eran un grupo más que digno haciendo Hard Rock, y habían elegido un pequeño pabellón para desempolvar instrumentos y ganas después de dos décadas sin subirse a un escenario.

Me llamó la atención y tras comprar la entrada en el bar de siempre (soy un clásico, qué se le va a hacer) el día de autos me encaminé hacia el río, en su orilla derecha, donde seguía en pie ese lugar de tantas y tantas jornadas de placer escuchando Música con los amigos.

Pasados los sesenta ya eliges (o elijo, que no quiero generalizar) mucho estos pequeños momentos que por el destino, la casualidad o las ganas de algunos de no dejar de disfrutar con lo que aman, pueden llevarte a un viaje intemporal a través de tus sueños, y en este caso me lo tomé así.

De los cinco componentes del grupo faltaba el inmisericorde aporreador de la batería, "Ma" que no supo parar a tiempo y ahora estaba contando versos sobre universos paralelos en una institución cerrada al público, pero el resto estaba ahí sobre el escenario sacando los instrumentos para ver qué pasaba.

Media hora antes del comienzo anunciado me encontraba ¡cómo no! perfectamente ubicado en la barra dispuesta para la ocasión, con mi codo derecho apoyado, la cadera sujetando (para que no se descojonara el chiringuito montado de aquella manera) y la primera cerveza a punto de ser saboreada. Poco a poco el local se fue llenando, casi todos teníamos caras de incrédulos y de "A ver qué pasa" hasta que a la hora señalada las luces se apagaron y "Los Malequines" hicieron su entrada en el escenario a través de una cortina del año 60 (el siglo no lo recuerdo) de unos cien kilos de peso para comenzar su concierto.

El saludo al viento y a los que estábamos allí de "Qui", el vocalista, me hizo concebir esperanzas, porque se le veía feliz, como si fuera la primera vez que acariciaba un micro. El resto del grupo,  tenía el mismo aspecto de felicidad, salvo el nuevo batería, un chaval que podía ser nuestro nieto y que con un rictus serio estaba a la espera de poder aporrear lo que tenía bajo sus manos.

La voz comenzó a susurrar las estrofas de uno de sus temas eternos, "El viento nunca sopla a favor" y los acordes de la guitarra de "Le", un virtuoso que nunca pudo llegar donde se merecía, dieron por comenzado el concierto. 

De pronto y sin previo aviso, el tema que servía para soñar se convirtió en una carrera contra reloj porque al chal de la batería (inquieto él) le dio por marcar un ritmo desenfrenado y salvaje que nadie, ni el propio grupo, se esperaba.

Apuré la primera cerveza y pedí otra, ya que me imaginaba que aquello, vistas las caras de los cuatro, no estaba muy en el guión, y en el segundo trago de la segunda "El viento nunca sopla a favor" dejó de soplar y la Música se cortó en seco. Bueno, en seco cortaron la voz, la guitarra, el bajo y el maravilloso Hammond, porque la batería seguía dale que te pego mientras el crío parecía haber entrado en éxtasis.

El grupo no daba crédito, los que estábamos allí quedamos petrificados por la alevosía del tipo ese, y la barra fue poco a poco llenándose a la espera de que el primer tema terminara en algún momento.

Tras varios intentos (amenazas incluidas con el micro sobre la cabeza) para que parara de aporrear y poder seguir, "Los Malequines" bajaron del escenario y se dirigieron hacia donde ya estábamos todos, es decir, en la barra que hábilmente el del local extendió (visto lo visto) para que pudiéramos caber todos en un par de filas un poco apretadas.

Cinco cervezas después (eso yo, algunos bastante multiplicadas) y treinta y cinco minutos de la demencia como demostración de la angustia vital de un energúmeno a los timbales, los cuatro componentes del grupo nos ofrecieron la opción de un concierto acústico en la entrada alrededor de nosotros mismos, y mientras se escuchaba a lo lejos (no tanto) los truenos que siguen a los rayos en momentos de amalgama interestelar, los que estábamos allí disfrutamos de la vuelta de un grupo y del buen Hard Rock que nos habían preparado.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!


miércoles, 24 de julio de 2024

 


Habían pasado más de veinte años, y no era la ocasión propicia para aparecer de nuevo en ese lugar. Nunca sabes cuando el destino decide hacerte la llamada, ni el motivo para hacerla.

Me costó mucho girar el pomo de la puerta, la que daba acceso al lugar donde miles de veces necesitaba entrar para sentirme liberado, ajeno al mundo y a todo lo que no fueran mis ansias por ser yo mismo. La mano temblaba, pero a fin de cuentas no tenía otra opción, de modo que sin poder calmar la respiración y aspirando el aire de manera torpe, como si estuviera aprendiendo de nuevo a hacerlo, abrí la vieja puerta que mantenía el color que siempre odié.

Una vez dentro, mi mente se hizo la dueña de la situación, y me dejó a un lado para definir qué pasaría dentro de esos pequeños metros cuadrados que me marcaron como ser humano y como persona.

La ventana se encontraba abierta, y la luz de la noche inundaba todo el espacio, pero en instantes todo pareció encenderse y una dulce melodía acarició mi piel mientras mi silueta de décadas atrás se desprendía de mi cuerpo dirigiéndose hacia el lugar donde mi querido Amigo de toda una vida, el tocadiscos que me acompaña desde que soy yo mismo, esperaba siempre para dejarse acariciar.

El brazo buscaba los primeros surcos para hacerles el amor, con el pequeño diamante transformado en ese amante que te hace hablar, gritar, susurrar tras el acto, y las notas de una guitarra excepcionalmente tocada por las manos de un genio me llevaron hacia la nada más absoluta, sintiéndome el amo del universo.

Seguía amándome, esas cuerdas de acero me hacían el amor y yo me dejaba llevar, al son de lo que mi mente requería y con los nombres de tantos y tantos mitos atravesándome las entrañas. Era mágico, algo que siempre quise explicar y que sin embargo nunca pude hacer, a pesar de transmitir de algún modo esa pasión que me ha hecho ser en gran parte de mi existencia. Nunca pude llegar a acercarme para poder enseñar ese sentimiento, y ahora, en los confines de mi mente y con la imaginación trasladándome por los insondables caminos del tiempo, volvía a sentir de manera plena todo lo que hacía que me perdiera cuando me encontraba solo. 

La guitarra, el bajo, los suaves teclados, las cuerdas de unos arreglos hechos arte, todo estaba de nuevo allí, en el mismo lugar, en la misma habitación donde los dioses me hacían ser uno de ellos, con mis manos acariciando el negro vinilo y sabiendo, aún a oscuras, como depositarlo en ese lugar que le hacía girar para expresar amor, deseo, pasión.

No sabía si entrar en el espacio que me daba la vida, aunque realmente ya me encontraba dentro de una manera tan mental que lo real y lo que inunda los sueños se hubieran fundido de manera mística, más allá de la razón y tan cercana a los pensamientos.

El silencio, roto por la Música que comenzaba a llenar el universo, me mantenía en un estado de ensoñación en el cual la imagen fija era la ventana que dejaba entrar la frescura y los colores de la noche, mientras mi imaginación se encargaba de viajar a través de los sueños y los recuerdos, desgranando poco a poco décadas de vida alrededor de unas melodías que me hacían (al menos yo lo creía así) diferente.

Un solo de guitarra me poseyó aún sujeto al pomo de la puerta, recostado sobre el marco, y comencé a llorar. La vieja y eterna melodía sugería momentos de una tremenda alegría, instantes en los cuales era capaz de conseguir todo aquello que quisiera, a través de mi mente y con la única compañía de mis amigos de negro vinilo, que se unían para darme la gloria.

Esa guitarra desgarraba todas las percepciones que podía sentir allí, de pie en la entrada de la mágica habitación, y como contrapunto a su devastador desgarro emocional, los suaves teclados se fundieron con ella para volver a trasladarme donde nada ni nadie podía alcanzarme.

Fue entonces, entre esas notas entrelazadas que componían una preciosa red donde todo se mantenía vivo, cuando sentí en la lejanía una voces tenues, que poco a poco se iban acercando al espacio que formaban la realidad y el sueño hecho uno.

La Música seguía siendo el hilo conductor de todo lo que acontecía, la razón por la que mi mente volvía a vivir esos instantes, y entre su magia y su encanto apareciendo las imágenes difuminadas de algunos personajes que querían vivirla con la pasión con la que yo la amaba, aunque nunca pudo ser igual.

Del mismo modo que un pedazo de mi ser se desprendió de lo que soy para atravesar la estancia y volver a sentir los pedazos de gloria entre sus dedos mientras buscaba el viejo tocadiscos, esas imágenes difuminadas que eran más sonidos que visiones se movían de manera errática al son de lo que nos abrazaba, la guitarra y el inmenso placer de sentirla arañándote la piel.

Volví a “ver” esas manos que hacían de genio mientras nos embobaba con su manera de acariciar el acero, como en la bruma que atraviesa y se posa en el río una mañana de invierno, y los rostros expectantes por lo que pudiera venir después.

Toda mi infancia, la juventud y parte de mi historia como adulto alrededor de la Música ha sido una escucha más que una percepción visual de la misma, y así lo he entendido siempre, a pesar de las nuevas formas de hacerla llegar, a pesar de lo que te sugiere disfrutar de unas manos, una garganta en pleno éxtasis, unos pies que marcan el ritmo y dan sentido a todo lo que llega tras esos momentos.

Nunca he sentido nada igual como en los momentos en los cuales mi imaginación libre y en estado puro de pensamiento “veía” lo que mis entrañas deseaban, dejando que todo lo que mi alma quería de la Música se hiciese parte de mí, y ahora seguía igual, con la luz de la noche atravesando con sigilo la ventana y el pequeño cuarto convirtiéndose en el túnel del tiempo hacia mis emociones, buscando, escudriñando, queriendo encontrar más allá de ese olvido en el que me había sumido después de tantos años.

Los viejos vinilos se afanaban por ser acariciados, en las manos de un chaval que comenzaba a conocer algo de la gloria que le llenaría toda su vida, o por ese pequeño diamante que les hacía hablar y contar las excepcionales historias que llevaban impresas en cada surco.

Mi mano quiso ir hacia el infinito, ese espacio donde siempre he querido estar y en el cual mis sueños me han dejado imaginar con cada pieza escuchada, cada sonrisa que se escapaba ante un tremendo y emocional tema, pero el pomo de la puerta tiraba de mí y poco a poco, la luz que llenaba la habitación desde la noche fue desapareciendo ante mis ojos, las figura difuminadas se desvanecieron en la bruma, y mi yo escapado de mi alma volvió a unirse conmigo.

Veinte años y de nuevo el silencio, la puerta cerrada sin esperar que volviera a visitarla, la Música como alma de una vida en los confines de mi esencia.


lunes, 22 de julio de 2024

8º (2)

 


La Música inunda mi alma, y con ello todo mi ser, trayendo a mi rostro esa sonrisa que lo cubre cuando los interminables campos de esta tierra se extienden entre el universo y mi espacio en el vagón, y de nuevo los recuerdos se cruzan con una realidad a 156 kilómetros por hora para divertirme con los interminables bailes y valanceos de los cables de alta tensión, que nos persiguen desde el cielo, acercándose, alejándose, subiendo, bajando…

De niño mi imaginación se iba con ellos, creyéndome como un surfero en el cielo, deslizándome sobre el acero de los cables para saltar al llegar a las torres de alta tensión, que me servían de trampolín para el nuevo reto a la gravedad, a la realidad y a la fantasía. Ahora estas torres dan más miedo, gigantes de innombrables formas que se alzan altivas como parte del poder del hombre sobre la Tierra (ingenuos) hasta que un rayo las destroza o una “tormenta perfecta” de las que ahora hay tantas (la perfección se vende barata últimamente) las hace morder el polvo, ese del que ahora se encuentran tan lejos.

Aún así, los cables y sus formas me hacen soñar, es una sensación alucinante seguirlos con la mirada, mientras me acaricia la sutileza de David Gilmour y vuelvo a perderme por ese espacio tan mío, único, irrepetible.

Cuando entra sin previo aviso ese corte a contra ritmo que es el “Face to Face” casi como un impulso retiro la mirada de la ventana y comienzo a escudriñar los rostros de mis compañeros de coche, no muchos, porque es el más reducido, pero dispares como siempre. Mi compañera en el asiento de al lado, que mira de reojo sintiéndose observada, se apunta a la moda de instale un portátil en su vida y navega por la red acomodada en el asiento, controlando el mundo desde su mano derecha; me mira ahora con descaro, sonríe y gira la pantalla para hacerme partícipe de un conjunto de líneas y curvas de colores que no logro entender. Es arquitecto, visionaria o su cerebro se interrumpe con los colores, pero me da igual, la Música que me interrumpe a mí salta todas las barreras, la miro, sonrío y me pierdo en mis sueños.

A través del reflejo del cristal observo la imagen vencida del que ocupa el asiento delante del mío que dormita plácidamente con la boca abierta y los ojos en blanco (el traqueteo de estos modernos caballos no es lo que era, sino habría perdido los dientes hace rato) mientras que su compañera, a la que diviso a través del espacio entre los asientos, lee una revista de corte juvenil con mega-hiper-super estrellas guaises, a la última en casi todo (incluida la estupidez de las poses y los caretos)

Otra miradita de soslayo de mi compañera, que ahora disfruta de una película en 3D, cuando giro la vista para observar a los de la fila más allá del pasillo (o sea a unos 120 centímetros) uno hablando sin parar, gesticulando, levantándose, sentándose, girando a lo Michael Jackson… o sea el showman del vagón y otro que le mira ensimismado con cara de querer suicidarse, pero que no dice ni mu (todo esto lo sé por los movimientos de labios y demás, ya que yo estoy a lo mío con la Música, que me cubre todo lo que tiene que cubrir)

Por último atisbo a ver la fila delante nuestra pero pasado el pasillo, donde una chica con falda vaquera y sin zapatos apoya los pies en el asiento de delante para (supongo yo) relajarse, mientras que se balancea levemente al ritmo de lo que le tiene que entrar a través de los auriculares rosa fucsia que cubren sus oídos. Me ve, ya que no para de buscar la postura idónea, y me indica por señas mis auriculares, sonrío para no hacerle un feo y por el movimiento de sus labios (los de la boca) reconozco lo que está oyendo en esos instantes, nada menos que el programa número 63 de El Íncubo. Alzando el pulgar le demuestro mi contento por tan sabia elección y la pierdo de vista.

Su compañera de asiento lleva también un ordenador, pero ésta mira páginas de moda y fashion, supongo, visto lo visto, que para aprender un poco de todo eso.

El asiento vuelve a abrazarme, y cerrando los ojos me dejo poseer por la maravillosa “Easter Wind” ese desgarrador grito a los valles de Irlanda, para volver al paisaje que se mueve al son que el tren le marca, ahora más calmado, apurando los últimos instantes de otro viaje más, otro recorrido por mis sueños, más allá de la memoria.

Aún quedan unos diez minutos de entrega, en los cuales la voz educada y amable de uno de los chicos con impecable traje azul nos anuncia la llegada a mi destino, aunque todavía quedan polígonos que recorrer, nuevas urbanizaciones y parajes a medio hacer por los ingenieros que trazaron el nuevo recorrido de la modernidad.

Es en uno de esos parajes inertes, donde más cruelmente se nota la mano del hombre, en el que decido levantarme para el último ritual de cada viaje, coger mis cosas, que en este caso no es más que mi chambergo negro de crudo invierno, y salir hasta la separación de los coches (el 9 y el 10 para más señas en este evento) donde aguardo la llegada definitiva a la estación de destino.

Las ventanas me permiten de nuevo disfrutar con esos instantes de lentitud, de pausa, en los cuales las vías te siguen, juegan, saltan, cambian, se cruzan y vuelven como si tomaran entre sus brazos el convoy al que colocan de forma cuidadosa en su lugar definitivo para que los que decidimos terminar nos desparramemos por andenes, escaleras y vestíbulo. La puerta se abre con su ligereza habitual, gracias al automatismo de no sé qué, y accedo al granito del suelo de la estación buscando rápidamente la escalera mecánica que me saque de allí, porque en estos instantes el recuerdo ya no existe, ni el blanco y negro cubre mis sentidos, necesito escapar para buscar mi mundo, y ya no me fijo en el tren que se aleja por la larga vía camino de ninguna parte, yo ya he hecho mi camino y ahora busco el final de mi escapada. 

Iron Butterfly llega, dieciséis minutos para seguir, sin hierro bajo mis pies, deslizándome por mis sueños, a fin de cuentas… “In-A-Gadda-Da-Vida”.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!

8º (1)

 


Siempre me he sentido fascinado por la imagen de las vías cruzándose, buscándose, jugando entre ellas mientras uno las va dejando atrás, metro a metro, queriendo huir para que no te atrapen pero al mismo tiempo sintiéndote atrapado por las que de nuevo aparecen como por arte de magia.

Quizás sea la parte de mis genes, o de mi sangre que nunca se sabe, que me traspasó mi abuelo, ferroviario eterno de los de bandera roja y olor a carbón, o quizás haber vivido durante más de treinta años a unos centenares de metros de la estación de mi pueblo natal, pero el ferrocarril, lo que le rodea y toda la atmósfera entrañable que se respira me fascina y me hipnotiza.

Y eso que ahora hablamos del siglo XXI, lugar de espacios sin fin y de universos por explorar, de máquinas impolutas de alta velocidad y operarios de uniformes a la última, pero al final, cuando estoy solo con la mirada perdida por la ventanilla, el tiempo se detiene, y la velocidad con la que el tren se desplaza pasa a un segundo plano.

Mi último viaje volvía a ser una vuelta a casa tras un apasionante y brutal (en el sentido más literal del término por la cera que se dieron) partido de balonmano, esa otra pasión que también hace que el tiempo, o más bien mi reloj de la memoria, se detenga (aunque eso es otra historia) y de nuevo me encontré en el andén de la remodelada estación que acoge las últimas novedades en trenes de alta velocidad, comodidad, fashion… un salto al futuro dado por el hombre y que por una módica cantidad de más puedes disfrutar.

No tardé mucho en hacer que la Música me acompañara en este nuevo escalofrío que mi mente deseaba disfrutar, porque esos momentos con ella, llenados de la esencia que me hacer ser, elevan muy alto el sentido de las emociones y mis entrañas se abren para abrazarla.

Siempre en la vía número tres, siempre el panel luminoso que ahora te descarga empalagosos parabienes además de la información sobre el tren en cuestión, siempre la chica de impecable traje de chaqueta azul que amablemente te corta el billete (aquí ya no se pica nada) siempre la errónea colocación de los que vamos a tomar el vagón tal o cual por indicaciones de otro chico de impecable traje azul, siempre… todo parece igual siendo distinto, terriblemente distinto, ya no veo a mi abuelo sacando con peligro para su integridad medio cuerpo de su máquina de vapor y saludando con su pañuelo rojo, ahora los conductores y jefes de trenes se ocultan tras tintados y espectaculares cristales de diseño (al menos los de la alta velocidad esta del precio módico de más)

Aún así, tantos años disfrutando de paseos por las estaciones, para viajar o simplemente observar a los viajeros entrando y saliendo, me hacen tener esa pizca de cultura retro de los andenes, y disfruto en lo que puedo de los instantes que me transportan de un lugar a otro. No soy de masas, y quince personas esperando en el andén me parecen una multitud insufrible, pero cuando el tren que te va a recoger lleva veinte vagones y dos máquinas, amén de dos bares y algún servicio más, se difuminan por el interior y parece que la comodidad de estar casi solo te abraza durante el viaje.

Esa soledad buscada que solo se rompe por los sonidos que llegando el infinito se acercan a mis oídos y descargan su gloria para que pueda ser yo, conmigo mismo y lo que me hacer estar por encima de este mundo.

A lo lejos, haciendo una curva que enseña el serpenteante movimiento del convoy (esto es algo que no ha cambiado lo más mínimo) observas la llegada del tren y comprendes que de nuevo te han tomado el pelo cuando tienes que andar, y andar, y andar, buscando tu vagón (perdón, el coche) número 10, ese que pone en el billete junto al número de asiento en el que se señala sentado. La moderna puerta se abre con el automatismo del sistema de no sé qué, pero que suena muy bien, y tras otro impecable señor de traje azul que toma su lugar esperando, la carga humana que ha terminado su recorrido se desparrama por andenes, escaleras y vestíbulos.

Buscando y buscando, ayudado por los años en el colegio y el fugaz paso por la universidad, encuentro el número y la letra que coinciden con los que están impresos en el billete, comprobando que efectivamente hay una posibilidad de ir sentado, ya que se trata de un asiento con su respaldo y todo, sus brazos para apoyar y algún que otro botoncito para hacer cosas. Es cómodo, muy cómodo, y al menos con espacio para que los pies se estiren sin problemas (es lo que tiene el precio módico de más) espero unos segundos y sin apenas sentirlo el mundo comienza a moverse a mi alrededor.

Los inmensos ventanales me permiten ser un espectador privilegiado de todo el universo que pasa ante mis ojos, y ya no hay cortinas que bajan y suben buscando o huyendo del Sol, los cristales tintados provocan que estés en continuo balanceo con la tierra que atraviesas, y esa sensación es maravillosa. Sin apenas tiempo para calibrar quién me acompaña en este nuevo viaje, ni para indagar en los rostros desconocidos que aún buscan su lugar, los auriculares consiguen aislarme del mundo, y los primeros sones de Mi Música me llevan a tantos años atrás como recuerdos únicos e irrepetibles.

El lento despegue de este moderno caballo de hierro a través de la ciudad brinda la oportunidad de mirar los entramados de cables y edificios que parecen abalanzarse sobre nosotros, parte de una ciudad desgarrada en sus entrañas y que busca crecer rodeando todo lo que ahora ocupa la remodelada estación. Las vías vuelven a cruzarse y entrecruzarse en un juego sin fin, divertidos momentos que me transportan al blanco y negro de mi niñez, cuando entusiasmado me dedicaba a contar los viejos maderos que antaño sujetaban los rieles de acero. Ahora es igual, o bastante parecido, el hierro continúa brillando en esta tarde de Sol que se refleja en las vías, jugando vivamente con las formas en el camino.

Hoy apenas hay espacios curvos exagerados, pero aún se puede disfrutar de algunos lugares en los que la mano del hombre ha tenido que plegarse a los caprichos de la naturaleza, y encontrar zonas donde las curvas y contra curvas permiten divisar el resto del tren como siguiéndote a la espera de poder alcanzarte. Todo es más recto, más sereno, más uniforme, pero las sombras siguen estando ahí, paralelas a lo que tu vista alcanza, la sombra de los vagones, de los pasos elevados, de todo lo que confiere al viaje la sensación de cambio y de ir consiguiendo lo que buscas, llegar, dejar para retomar, sentirte vivo.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!

jueves, 18 de julio de 2024



El camino que me lleva hacia las estrellas, los sueños que pretendo hacer realidad, todo fluye de manera natural cuando siento la Música acariciar mis sentidos, como el susurro del amante cuando se juntan dos cuerpos y se intuye el halo mágico que les une.

Líneas que me indican dónde estar cuando el silencio se rompe con una melodía, las notas en el pentagrama de los deseos que se convierten en esos sentimientos que me hacen ser cuando mi amiga, mi amante, la Música, se entrecruza entre mi mente y convierte mi alma en una sensación de amor infinita.

No soy pintor de espacios bellos, no puedo llenar un lienzo con lo que siento al escucharla, ni siquiera sé los colores que forman esa sensación, pero puedo dibujar cada línea de lo que me llega, al escuchar la guitarra gemir en un solo que me atraviesa, la percusión elevarme al ritmo de la pasión más profunda, envuelto por los teclados que me visten; recordar aún ciego cada instante de ese recorrido que me hace ser yo mismo a través de ella.

Sensaciones, emociones que consiguen que viva un sueño del que no quiero despertar, junto al adiós olvidado de mi pasado solo en la noche, cuando antes de encontrarla vagaba sin rumbo y sin saber qué podía llenarme.

Ahora sé que la Música me quiere, y amo cada momento que paso con ella, cuando la voz que entona versos de sentidos dispares se dirige a mí para comenzar un diálogo íntimo, cuando el estallar de todo lo que es me penetra como un desgarro que me provoca el placer por saberme vivo.

La caricia al negro vinilo es la unión en lo material, recreando el momento en el cual se entrega a mí cuando el diamante lo acaricia, ese instante en el cual se convierte en esa oda que percibo a través de mis oídos y dejo que me llene en todo mi cuerpo.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!

 

lunes, 15 de julio de 2024



No tuve tiempo para nada más. Estaba a punto de volver sobre mis pasos y dejarme llevar por el caos que se había apoderado de mi vida, pero ese sonido penetró en mi mente y me hizo verlo claro.

Como un latigazo directo, el solo de guitarra me elevó por los aires. Una salvaje distorsión de las cuerdas en lo que era el sonido más perfecto, bello y espectacular que había escuchado nunca. Mis manos comenzaron a buscar en la invisible apariencia del espacio en el que me movía las cuerdas que eran capaces de activar mis sentidos de aquella manera.

Con los ojos cerrados, el negro y la luz mezclándose en mi cabeza, cada nota parecía dibujarse en un lienzo en blanco que según mis percepciones daban forma a una fábula insólita de sonidos y enigmas hechos Música.

Cada vez más penetrante, como un cuchillo que no hiere sino que te hace sentir el acero en forma de placer, esas cuerdas marcaban la sintonia del todo, imaginándome haber llegado a la eternidad en un viaje fascinante envuelto en la Música. No daba opción a creer, estaba claro que la magia de lo que llegaba era creada por todos los seres del universo creyentes de esa única e indivisible dama que nos arropa, pero la fuerza y violencia con la cual se repartía a través del acero manejado con virtuosismo, se mezclaba con una caricia en la piel que sentías cuando cada poro de la misma se abría para aceptarla y hacerla tuya.

Seguía esperando que todo estallase al final del solo invisible y ajeno a cualquier mundo, pero poco a poco cada eslabón del acero creado con el alma de algún genio artesano me hacían ser parte del mismo, y mis músculos fueron configurándose para atraer hasta todo mi ser esos sonidos convertidos en mí mismo.

Ahora sé que no soy ni seré, simplemente estoy; en el lugar donde nadie que no crea en lo que me he convertido puede llegar, allá arriba, en la tierra de los sueños que la Música crea y que nos convierte en inmortales miembros de su esencia.


¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!


viernes, 5 de julio de 2024



Quise ponerme a escribir cualquier cosa, alguno de esas ideas que surgen de mi cerebro sin saber por qué, pero me encontré mirando al teclado, sin ver ni sentir nada de lo que se presentaba ante mí.

Un sonido me había dejado hechizado, la hiriente guitarra penetraba mis oídos mientras intentaba hacerme parte de ella. Mi alma surgía del acero que era acariciado por los dedos, marcando la pauta, proporcionándome el placer que mis entrañas buscan cuando busco que la Música me posea, erizándome la piel que asumía sus sonidos sin dificultad.

No tuve que mirar, ni ver, solo quise sentir lo que me llevaba, lo que me estaba elevando hacia un lugar donde no recuerdo pero sé que siempre he estado. Ese lugar en el cual el tiempo se detiene, los dedos se desligan del cerebro y parecen cobrar vida mientras esas cuerdas de acero se dibujan como el cuadro de un serial interminable que recoge todo lo que debe ser, se debe sentir, se vive desde dentro.

Escuchaba una guitarra, y el espacio que me asume como un ser que existe en este universo parecía hacerse infinito, viajando a través de lo que me quería hacer llegar, como el enviado de los dioses paganos que reclaman su trono en las deidades en las que la Música se convierte cuando llega a lo más alto de las emociones.

Me atreví a detenerme, como en ese instante en el cual las letras las escriben las cuerdas de acero, dejando volar mi mente, sin nada que decir, sin palabras que salieran y se perdieran en el vacío, sin nadie a quien hacer partícipe de todo aquello que me llegaba, pero sintiéndolo todo, con esa paz que la Música me regala en tantas ocasiones, cuando el aire se crispa al son de las emociones convertidas en notas que son la magia en estado puro.

El hechizo continuaba, y yo quería colarme por ese invisible pasillo que dejan los momentos mágicos, restregando mi alma por el traste que brillaba más allá del entendimiento, recorrido por la sensualidad de quien se sabe poseído por el amante que te desea, y me dejé hacer porque no estaba, o me encontraba demasiado dentro para provocar algo distinto. 

Sigo queriendo escribir cualquier cosa, pero la guitarra no deja de sacudirme; la escucho llamándome, embaucadora como una sirena a través de la niebla, y el teclado del ordenador sigue siendo un conjunto de números, letras y signos que no me dicen nada, porque no pueden llegar dentro de mí, sin embargo, esas cuerdas de acero consiguen cualquier cosa que se propongan.

Escuchaba una guitarra. He detenido el tiempo, el espacio, mi propio ritmo vital, estoy suspendido en la nada, por encima de mis emociones, de mis sueños, de mis deseos de músico imposible, y aún puedo continuar con ellos, mientras pueda manejar mis dedos sobre mi vientre, y me penetre uno a uno cada acorde, haciéndome llorar por la muerte, reír por cada latido de vida, gozar por el placer que me recorre, extasiarme por haber llegado a ser yo, a pesar de todo, a pesar de cualquiera.

El hechizo continúa...


¡¡¡Explicar la Música es como explicar el silencio!!!